Por los caminos de Etiopía

5.500 kilómetros y 100 horas ininterrumpidos de viaje. En otras palabras, 4 días completos de viaje por carretera. Estas son las cifras aproximadas y muy resumidas de nuestros viajes y traslados por tierra durante los 33 días que estuvimos visitando Etiopía. Unas cifras que, dichas así, de sopetón, parecen frías y carentes de emoción, pero que en sí engloban multitud de curvas, subidas y bajadas de montañas, alguno que otro susto, y sobre todo, el encuentro con miles y miles de personas que nos cruzamos mientras realizaban sus tareas domésticas, regalándonos cientos de momentos inolvidables.

 

 

 

 

 

Niños, mujeres y hombres pastoreando sus rebaños de ovejas, cabras, vacas, burros y camellos, acarreando a cuestas bidones plásticos rebosantes de agua de regreso a casa, sobre todo mujeres acarreando madera recolectada en el bosque para cocinar en casa, carretas tiradas por todo tipo de animales transportando la cosecha de granos o frutas, “rickshaws” importados de India, aquí llamados “bajaj”, llevando a los vecinos más afortunados a sus destinos… son tantas las situaciones y escenas con las que te cruzas en un viaje como éste que es imposible ponerlas en una lista.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Es tanto el alboroto y desorden que se vive sobre la berma y las propias carreteras de Etiopía, tantas las situaciones que se suceden y que obligan a esquivar obstáculos y frenar constantemente, que muchas veces le comenté a Pau que deberíamos haber apuntado lo que nos íbamos cruzando para, de regreso en casa, diseñar un video juego inspirado en las mil y una situaciones con las que toca lidiar cada día en las carreteras de Etiopía. Simplemente manteniéndose fiel a los hechos reales, creo que un video juego como éste sería un éxito rotundo, además de ser uno de los más difíciles de poder dominar. En fin, que es algo difícil de explicar, de dimensionar sin caer en demasiados adornos, y que sólo se puede conocer si se ha vivido.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Así y todo, la realidad supera a la ficción y la verdad es que cualquier viaje por tierra que hicimos, por corto que fuera, nunca nos dejó sin al menos una anécdota, o sin llevarnos las manos a la cabeza, incrédulos ante lo irracional de algunas de las situaciones vividas, o ante el peligro visto de tan cerca. A pesar de todo, afortunadamente podemos decir que en todo este tiempo no sufrimos ni un solo incidente, ningún topón, ningún pinchazo ni nada digno de destacar.

Al margen del buen desempeño de nuestro fiel Land Cruiser, viejo pero duro y fiable como pocos, el gran responsable de que no hayamos tenido ningún incidente fue, sin duda, nuestro conductor Yeshiwas. A pesar de que Yeshiwas tiene poco tiempo trabajando como conductor en el mundo del turismo, al volante resultó ser un crack, y en ocasiones una especie de mago y hasta un ángel de la guarda. Por esto, y por su buen humor y calidez humana, le estaremos eternamente agradecidos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ya el primer día en la ruta tuvimos nuestra primera muestra de que el tema de los traslados por tierra requería nuestra atención, y un poco de programación. Para ese día teníamos un trayecto de 555 kilómetros, de Addis Abeba a Bahir Dar, que Google maps nos decía tardaríamos 9,5 horas en recorrer, a una velocidad promedio de 58 km/hora. Pensamos que era una exageración, pues todo el camino estaba asfaltado, pero resulta que al final el cálculo era correcto y tardamos casi 10 horas en cubrir la distancia. Pero el tiempo que se tarda no es el tema importante, sino que para lograr un promedio de velocidad, que a priori parece tan a la mano, hay que “correr” bastante, porque las paradas, frenazos, y obstáculos son interminables.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Aquel día partimos temprano, 8:30, pero fuimos haciendo un montón de paradas, todas cortas, para visitar un monasterio, unas cascadas, el cañón del Nilo Azul, etc… a eso de las 15:00 paramos a hacer un café y nos dimos cuenta que nos faltaban 320 km. Es decir, sólo habíamos recorrido 235 km y el sol se pondría en 4 horas…. ahí se acabaron las paradas, pero las detenciones e interrupciones continuaron por la presencia de rebaños de vacas, grupos de peregrinos de regreso a casa, carretas, carretones… y de la lluvia torrencial que por momentos se convirtió en una granizada dejando la berma de la carretera pintada de blanco y el día en penumbras… llegamos a Bahir Dar a las 20:00, casi 12 horas más tarde, con la lección bien aprendida.

 

 

 

 

 

El tema del estado de las carreteras en Etiopía tiene mucha tela que cortar, porque resulta que muchas de ellas no tienen más de 10 años de vida, incluso algunas mucho menos, pero sin embargo la mayoría están destrozadas y, en ocasiones, es tal el deterioro, y tan grande el número de forados, que sin duda sería mejor que rascaran y quitaran el asfalto y dejaran la tierra compactada. Del total del viaje, al menos un 90% de los caminos son asfaltados, pero su estado en muchas ocasiones es lamentable. Esto se debe que gran parte de ellos han sido encargados a empresas chinas, que ofrecen precios bajos y plazos imposibles, que construyen de cualquier manera, sin siquiera poner una buena base sobre la que echar el asfalto o alquitrán. En varias ocasiones nos topamos con carreteras de alquitrán en las que el calor y el peso de los camiones han terminado esculpiendo profundos carriles que hacen muy peligroso el conducir. Una pena la cantidad de recursos desperdiciados, para nada, porque en pocos años, si el gobierno no hace algo al respecto, el país se paralizará por la imposibilidad de que las mercancías se muevan por el país.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Durante nuestro viaje tuvimos la ocasión de disfrutar de muchos paisajes de ensueño, exóticos, salvajes y muy dramáticos. Recuerdo que tal vez el más escénico de todos fue el trayecto entre el Parque Nacional Simien y la ciudad de Axum. En su primera parte, el camino de ripio (pista) recorre la meseta sobre la que está instalado el parque, regalando vistas impresionantes a las sucesivas cadenas de montañas que se pierden en el horizonte, y luego emprende un abrupto descenso de más de 1000 metros. Un paraíso natural, rebosante de bosques nativos, cascadas, acantilados y, por supuesto, de muchos forados en el camino.

En la misma línea  me recuerdo especialmente el trayecto final para llegar a Lalibela… saliendo de una carretera principal (que de principal tiene sólo el nombre) Yeshiwas tomó un atajo por un camino de tierra que  pronto comenzó a encaramarse por sobre los cerros hasta situarnos sobre una especie de planicie de altura, de vegetación más bien baja, salpicada de pequeñas aldeas rodeadas de campos de cultivo en los que se veía trabajar a algunos lugareños, mientras otros pastoreaban sus rebaños de vacas y ovejas en los campos en barbecho… una imagen totalmente bucólica, perfecta, e inesperada.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Al margen de los paisajes, lo que más nos gustaba observar y disfrutar, era la actividad de toda esa gente que cruzábamos. Los más entrañables eran los niños, que resultaban absolutamente omnipresentes durante toda la jornada. Bastaba con parar para hacer una foto o un pipi, en lo que parecía un lugar solitario, para que de la nada aparecieran una docena de niños y niñas corriendo hacia el coche… algo impresionante. También vimos a cientos de niños, algunos realmente muy pequeños, pastoreando los animales de su familia en medio de la carretera, o llevando bidones de agua de 20 litros en sus espaldas, o encaramados en una carreta arreando a los burros, caballos o camellos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Las mujeres, por otra parte, son las protagonistas principales de toda jornada por carretera. Ya sea cargando fardos de leña para cocinar, bidones de agua, a sus propios hijos, sus encorvadas espaldas dejan patente lo esforzada que resulta la vida para ellas. La vida no es fácil en África, para nadie, y escenas como éstas lo dejan al descubierto en todo momento. Pero, a pesar de todo esto, lo primero que se les viene a la cabeza hacer al ver a un forastero es sonreírle con toda naturalidad y orgullo.

Quizás lo más negativo de recordar de estas jornadas de viajes por tierra es la cultura del mendigar que se ha instaurado en Etiopía, especialmente entre los niños. Prácticamente cada encuentro con niños terminaba con el típico “give me money, give me pen”. Una pena, si bien es algo de lo cual los extranjeros tenemos mucha responsabilidad, al querer “lavar” nuestra conciencia regalando, sin criterio ni motivo, a todo el que se pasa por delante. Así sólo logramos crear esta cultura de pedir, mendigar, que realmente no soluciona los problemas de la gente.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Son tantas las cosas sobre las que se me ocurre escribir cuando pienso en los caminos y paisajes recorridos, en la gente que nos cruzamos, que podría no acabar nunca. Pero hay una cosa sobre la que no quiero dejar de escribir; los árboles de Etiopía. Aunque obviamente no crecen sólo a orillas el camino, es realmente impresionante encontrárselos constantemente. Omnipresentes, ajenos al paso del tiempo y las circunstancias, estos árboles son un elemento distintivo de los caminos de Etiopía, dando sombra y refugio a todos los que lo necesitan. Durante las horas de más calor, bajo su copa se ven a grupos de hombres, mujeres y niños charlando despreocupadamente mientras descansan y se refugian del calor agobiante del trópico. Lo mismo ocurre cuando la lluvia hace acto de presencia, pues su frondosidad da perfecto cobijo del agua. En fines de semana, estos mismos árboles son el punto de encuentro de la comunidad, el lugar donde se discuten y acuerdan los temas importantes.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Entre todos los árboles, el que más impresiona por su tamaño y majestuosidad es el Ficus Vasta, o ”Warka”, cómo se les conoce en Etiopía. Se trata de un árbol grande, pues alcanza los 25m de altura, con un tronco macizo y ramas extendidas cuyas puntas forman un tazón invertido de hasta 50 metros de diámetro. Se distingue de otras especies de higos por sus grandes hojas en forma de corazón y su enorme tronco masivo. Sus frutos, los higos, alcanzan los 2 centímetros de diámetro, y cuando maduran son peludos, de color verde con manchas verdes pálidas. Este árbol es endémico de Etiopía y Yemen, pero también se pueden encontrar en países vecinos, sobre todo al costado de ríos y lagos. Lamentablemente, está desapareciendo del paisaje debido a la presión humana, principalmente debido a su uso como leña.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Volviendo a los caminos, al sur de Addis Abeba por lo general la paleta de colores de los caminos es distinta, al igual que las dinámicas y energía que se respira en ellos. Aunque continuamos encontrándonos con miles de personas y animales ocupando lo que debería ser un terreno soberano de los coches, algo en el ambiente era distinto. Por lo general los colores eran más marrones, ante la ausencia de los bosques y pastos del norte, y el carácter del “africano negro” de estas latitudes se hacía notar; por un lado, más agresivo, más contestón, y por otro lado más musical, más festivo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

De Konso al sur, cuando las carreteras abandonan definitivamente las alturas de la meseta central para caer en las planicies del sur, cubiertas de la sabana de acacias, es otro mundo. Aquí muchos de los traslados se hacen por pistas de tierra y polvo, mucho polvo, y en ocasiones directamente sobre el lecho seco de ríos que sólo cobran vida durante la temporada de lluvias. Además, lo más distintivo de estos caminos fue siempre la presencia de la gente tribal, a los que se suele ver caminando al costado del camino luciendo con elegancia y orgullo sus vestimentas tradicionales y sus cuerpazos forjados en las exigentes labores diarias, propias de su dura vida en estas latitudes. Entre los más notables, sin duda, son los Hamer, cuyas pieles brillantes por el sudor y grasas aplicadas parecían levitar sobre la canícula del paisaje. Una visión impactante, mírese por donde se mire.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Al final, después de tantos baches, obstáculos y peligros, el último día de viaje nos sorprendió haciendo el último trayecto hasta Addis Abeba sobre una carretera perfectamente asfaltada, de tres carriles, y con berma!. Se trata de los únicos 90 kilómetros de autovía de calidad en el país, donde se podía hacer 120 km/hora sin miedo a que se atravesase un animal o un niño detrás de una pelota o su oveja… tuvimos que esperar más de 5000 kilómetros para llegar a este punto, aunque la sonrisa se nos borró pronto porque incluso antes de llegar a la ciudad volvimos a la realidad de caminos de un carril, sin berma y un tráfico infernal…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hasta la próxima entrada, un abrazo a tod@s!!

Michel

4 comentarios sobre “Por los caminos de Etiopía

  1. Ansiosa espero la próxima entrada, Michel!
    Tus relatos son tan realistas que tengo la sensación de haber tratado de esquivar los agujeros de la carretera todo el tiempo y hasta siento un pequeño “forado” en la barriga…😃🙏🏻😘

    • Hola Pilarin
      Gracias por tus palabras. Siempre da un gustito especial el saber que al otro lado hay alguien que disfruta con lo que haces.
      Ánimo, ya queda menos para acabar con este viaje!
      Un abrazo,
      Michel

    • Hola Michel: Me he demorado en contestar esta publicacion tan interesante que has hecho,porque me ha obligado a ver las fotos y leer la narracion mas de una vez,,te felicito por la sensibilidad que me has trasmitido , es una experiencia envidiable.Hasta la proxima entrada,felicitaciones y carinos para mis queridos patiperros.

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