Delhi, última estación en India

Delhi fue, al igual que hace dos veranos, el último destino de nuestro viaje por India. Y, al igual que hace dos años, llegábamos a la capital de India después de un viaje bastante largo, apasionante, y también cansador, pero igualmente con ganas de sacarle el mayor provecho al poco tiempo que teníamos en la ciudad. Sin emnargo, a diferencia de la vez anterior, esta vez teníamos planeado movernos con moderación y solo visitar aquello que nos había quedado pendiente, y repetir aquellos lugares que más nos habían gustado.

Otra diferencia fue que esta vez estuvimos dos veces en la ciudad; la primera meramente de tránsito de camino a Amritsar (desde Gaya), y la segunda viniendo desde Dharamsala, para volar al cabo de 48 horas de regreso a Barcelona. Aunque la primera vez fue solo de paso, igualmente las ocho horas que pasamos en la ciudad nos dieron tiempo para irnos a la zona del bazar de Chandni Chowck, en pleno centro antiguo de la ciudad, donde además se encuentra la Gran Mezquita de Delhi. Ese día quedamos realmente exhaustos, por lo que el largo viaje en tren a Amritsar se nos hizo interminable.  

La segunda vez, ya en la recta final del viaje, resultó ser una experiencia de sensaciones contrapuestas. La ilusión de regresar a algunos lugares como la Gran Mezquita, o el templo Sij del casco antiguo, se dieron de bruces con la cruda realidad en forma de unos 35ºC de calor (con sensación térmica de 42ªC) y una humedad del 70%, que nos dejaron aplatanados como pocas veces hemos estado antes en este viaje ni en el anterior. 

Lo cierto es que, aunque agobiante, y empeorado por la polución del aire, el calor de Delhi no era mucho peor que el que habíamos sufrido en Bikaner, o en Amritsar… sin embargo, había algo que no habíamos previsto; los días de relajo, el aire y clima de montaña de los que habíamos disfrutado en Dharamsala nos habían “ablandado”, y nuestro cuerpo y reloj biológico se amotinaron al darse cuenta que volvíamos al calor extenuante de las planicies del norte de India. Era, como se dice, “un querer pero no poder”.

Eso que todo pintaba bien ese día, con un paseo de una hora por las montañas y valles del Himalaya, hasta el aeropuerto de Dharamsala , donde tomamos un vuelo A Delhi. Todo un lujito que nos quisimos regalar y del que todos disfrutamos. Especialmente Pau, quien disfrutó más que nadie de la experiencia de volar en un Bombadier (modelo 400), un avión a hélices nada común en Europa (por si alguien aún no lo sabe, los aviones siguen siendo la principal debilidad de Pa). Sin embargo, el golpe de calor al salir del aeropuerto de Delhi fue brutal, demoledor, a pesar de que nos habían ido a buscar en coche. 

Tampoco ayudó a nuestra adaptación la accidentada llegada al hotel. Como se encontraba en medio del dédalo de callejones de la ciudad antigua, donde no entran los coches, no nos quedó más remedio que caminar hasta el hotel. Nada a lo que no estuviéramos acostumbrados, pero con la mala suerte que la calle en cuestión estaba levantada y la podredumbre de las alcantarillas nos dio de lleno en la cara!. Y, como la ley de Murphy no suele fallar, en el hotel no tenían registrada nuestra reserva por lo que terminamos por meternos en la única habitación disponible… y eso que habíamos intentado reservar un hotel un poco mejor de lo habitual para asegurarnos la comodidad los últimos días del viaje. Pero es que en India los planes no suelen resultar como uno se los espera. 

Esa primera tarde teníamos cita en las oficinas de mi cliente, donde nos encontraríamos con Jatinder y resto del equipo, a quien tenía que darles un resumen del viaje… como teníamos unas horas de holgura, y un coche a disposición, se nos ocurrió la brillante idea de aprovechar de visitar de paso la tumba del emperador Humayun, uno de los primeros reyes mogoles en India. Lo que a priori parecía una buena idea se transformó en una pesadilla, porque era tal el calor y la incomodidad que sentíamos los tres, sudando sin parar, con la ropa pegada a la piel, que no disfrutamos nada de lo que vimos. Y eso que el monumento no es nada despreciable. 

Patrimonio de la Humanidad desde el año 1993, el mausoleo es una de las primeras muestras del arte arquitectónico mogol en India, además de uno de los complejos que mejor se han conservado. Construida en los años 1574-1579, usando arenisca roja con detalles decorativos de mármol blanco y negro, la tumba y los extensos jardines que le rodean marcaron el comienzo de un nuevo estilo arquitectónico y urbanísticos, el cual es considerado por muchos como el precursor del estilo usado posteriormente en el Taj Mahal.

De la reunión hay poco que contar, pero de la cena en casa de Jatinder de esa noche si os podemos contar que nos pusimos las botas comiendo platos exquisitos, tanto indios como occidentales. Y, como si esto no hubiese sido suficiente, acompañamos la cena con vino chileno. Que lujo! Ahora mismo son casi 15 años que conozco a Jatinder, y unos diez que trabajo con él, y lo cierto es que él siempre ha demostrado tener un gran cariño por nosotros, y una especial debilidad por Pau, por su sensibilidad y suave personalidad. Esto, además de una admiración por los tres, por ser capaces de “resistir” las condiciones de viajes como los nuestros en su propio país. 

Jatinder es Sij, de familia, y aún hoy en día es imposible verle sin su turbante y pulsera metálica (sobre los calzoncillos y la daga no tengo idea). Pero ahora que se está haciendo mayor, sus pensamientos y experiencia de vida le están llevando a admirar especialmente a la figura de Gandhi, y hacer suyo muchas de enseñanzas budistas, las cuales a menuda comparte vía Whatsapp. Interesante evolución que nos dio tema de conversación hasta casi la medianoche, a pesar del cansancio. Así que la noche resultó ser muy amena, muy distinta a cualquier otra.

El día siguiente era el último día completo que teníamos en India, pero a pesar de eso nos costó desperezarnos y estar listos para salir. Con una lista de deberes en la mano salimos con la misión de comprar los últimos encargos y regalos, de probar una vez más la experiencia de andar en metro, en rickshaw a pedales, y de acabar el día visitando la mezquita (era un día viernes, así que esperábamos mucha gente) y el templo Sij. Una lista corta pero que nos mantuvo entretenidos gran parte del día.

Partimos visitando una de las tiendas de Fabindia, una cadena de tiendas de ropa, de muy buena calidad. Sus precios, aunque muy caros para el 99% de los indios, son muy asequibles para nosotros. Allí nos metimos en un mundo desconocido, pero tremendamente semejante al de las tiendas a las que estamos acostumbrados (esto es la globalización). Como no encontramos lo que buscábamos (ropa de lino para mi), nos fuimos a una segunda tienda, en un barrio burgués de Delhi, donde la ostentación se dejaba ver si tapujos y de donde salimos por patas apenas pudimos (con una camisa y pantalón preciosos debajo del brazo). 

Así fue como, después de comer en un restaurante para mochileros con vistas a las calles del casco antiguo, cogimos el metro en dirección a la mezquita. Al contrario de lo que a priori se pudiera pensar, el metro de Delhi es, además de moderno, muy cómodo y tranquilo. Quizás sea porque una gran parte de las multitudes que abarrotan las calles y mercados de la ciudad no tiene suficiente para pagar el boleto, de unos 30 céntimos de euro por viaje. 

En la mezquita nos llevamos una gran desilusión, porque al ser día viernes cierra más temprano de lo normal a los no musulmanes. Así que nos quedamos con todas las ganas de volver a subir a sus minaretes y esperar la puesta de sol mientras el muecín llama al rezo de la tarde. Una experiencia muy bonita que había sellado la última noche de nuestro viaje anterior. Pero no dejamos que este traspié nos arruinara el día así que enseguida nos fuimos al templo Sij, a solo unas manzanas de distancia. 

Un corto recorrido que nos sirvió para ver como el plan urbanístico de la ciudad tiene levantada la calle principal que bisecta la zona de bazares, con la intención de convertirla en un amplio y moderno boulevard peatonal que acabará con la personalidad del barrio. Con toda seguridad, la próxima vez que visitemos Delhi este boulevard ya estará acabado y el caos de esta arteria, siempre a punto del colapso por su denso tráfico de todo tipo de vehículos, ya será historia. Es lo que tiene el progreso; por una parte intenta mejorar la calidad de vida de las personas de las ciudades, pero por otra le va quitando personalidad y su historia.

Nuestra última noche la pasamos en la terraza del restaurante con vistas al casco antiguo. Allí nos dimos un homenaje de cena, incluyendo la mayoría de nuestros platos favoritos y, en mi caso, una cerveza bien fría. Aunque en el aire rondaba un sentimiento de tristeza por el término del viaje, también era patente la sensación, corporal y mental, de que ya tocaba regresar a casa. En los 45 días que estuvimos en India lo dimos todo para hacer de este viaje una experiencia inolvidable, para los tres. La intensidad con la que vivimos cada día del viaje, y las duras condiciones con las que nos castigó el tiempo, nos habían secado por completo la reserva de energía. Así que, con pena pero con el alma hinchada de satisfacción, nos despedimos de India con un “hasta pronto”, sabiendo que nos volveremos a ver las caras muy, muy pronto.

Aunque puede que en las próximas semanas colguemos alguna entrada más al blog en relación a este viaje, también puede que esta sea la última. Así que aprovechamos de daros las gracias por leernos, y de pediros perdón por si os hemos aburrido mucho estas semanas. Para nosotros, más que un blog de viajes, es nuestro diario de viaje, que queremos que perdure en el tiempo para que, en un futuro, podamos revivir estas vivencias cuando quizás ya no tengamos la energía para volver a hacerlo. Es también, en muchos sentidos, un regalo que Mónica y yo queremos dejar a Pau, y su posible futura familia, para que nos lean cuando ya no estemos.

Gracias por estar ahí y darnos ánimos!

Besos y abrazos a tod@s!

Michel 

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