Entre los Borena

Tras dejar atrás a los Aari y Bana, continuamos nuestro periplo en dirección al sureste, alejándonos del río Omo pero volviendo a acercarnos a la frontera con Kenia. Ahora sí, la sensación de fin de viaje nos acechaba con fuerza, pero nuevamente las circunstancias nos fueron favorables y seguimos gozando de muy buenas sensaciones, la mayoría de ellas totalmente inesperadas.

El motivo de ir hasta el pueblo de Yabello, situado justo en la carretera asfaltada que se dirige a la frontera con Kenia, era la de visitar a los Borena, un grupo étnico del que casi no teníamos referencias, y del que casi no hay imágenes tampoco….quizás sea porque se les considera poco “exóticos” en comparación a las tribus del río Omo, o porque, en teoría, su amplio territorio es menos espectacular o hermoso. La cosa es que muy pocos viajeros se animan a venir hasta aquí, y justamente por ese motivo yo quería venir a ver lo que había por esta zona, buscando experiencias que mejoren los viajes de los clientes que envío a este país.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los Borena tienen fama de ser la tribu de pastores más ortodoxos de todo el sur de Etiopía, y su territorio abarca toda la zona sur de Etiopía e incluso parte del norte de Kenia. Lingüísticamente, y étnicamente, los Borena son esencialmente una escisión del grupo étnico de los Oromo (grupo mayoritario en Etiopía, con unos 35 millones de personas), es decir, son “primos hermanos de los Konso”, pero sus costumbres pastoriles semi-nómada los acerca más a las tribus del Omo que veníamos de visitar.

 

 

 

 

 

Por otra parte, los Borena tienen una página muy especial en la historia de Etiopía, pues de lejos fueron la tribu que más resistencia ofreció a los ejércitos invasores de los emperadores de Axum, ganándose así una fama de temibles guerreros. Esta presión del gobierno central los obligó a migrar de sus tierras originales a la árida sabana de acacias en la que viven hoy en día, e incluso a traspasar la frontera sur del país. Esto último les otorgó fama de gente agresiva y sin principios (porque, obligados por la falta de recurso, en el país vecino se dedicaron a robar ganado a las tribus locales), pero los que se quedaron en Etiopía se han ido forjando fama de ser un pueblo muy pacífico y gentil, con un código ético que penaliza mucho la violencia no provocada, e incluso el levantar la voz durante una discusión.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A pesar de esto, nuestra primera experiencia con los Borena no fue tan grata ni tan pacífica…  resulta que Yeshiwas paró a comprar carbón a orillas del camino a un grupo de mujeres Borena, y ante la ocasión, se me ocurrió la idea de pedir permiso para visitar la aldea. No nos pareció que fuese necesario tener un guía local, como habíamos tenido cada vez que habíamos visitado una tribu del sur, e incluso al visitar los mercados, así que nos aventuramos en la aldea invitados por un grupo de hombres. Nada hacía presagiar como acabaría la cosa, porque incluso yo mismo entré de la mano del que luego sería el instigador de una especie de rebelión contra nosotros. Al poco andar, y ante un simple amago de sacar la cámara, al “hospitalario dueño de casa” se le cruzaron los cables de manera inesperada, y con malas manera nos empujó a irnos… y no se conformó con echarnos, sino que, una vez de vuelta en el coche, nos quiso cobrar una cifra desmesurada por “sus servicios de guía”.

El hombre iba bebido, y como no le gustó el dinero que le ofrecimos, se puso como una moto y empezó a amenazarnos. Aunque el resto de hombres y mujeres de la aldea no parecían entender el motivo de su enfado, ni compartir sus malas maneras, lo cierto es que nadie parecía interesado o suficientemente fuerte para hacerle frente y parar el atosigamiento. A esas alturas a mí también me salió el genio, así que el cruce de palabras y amenazas empezó a subir de volumen. Por suerte, Yeshiwas, que las ha viso de todos colores tras sus 14 años de militar, excombatiente en varios conflictos dentro y fuera de Etiopía, continuó dialogando con el resto de hombres para hacerles entender que ya estaba bien, y que nos íbamos, y que si no se apartaban les pasaría por encima. Al final los hombres se apartaron y se llevaron consigo al “rebelde”, y nosotros pudimos seguir, con la adrenalina a flor de piel y la enseñanza bien aprendida; ¡no se pueden visitar las aldeas del sur de Etiopia sin un guía local!

 

 

 

 

 

 

 

Así que, sólo llegar al hotel en Yabello, pedimos en la recepción que nos contactaran con el mejor guía local que conocieran para poder hacer las visitas que teníamos pensado para el día siguiente. Mientras cenábamos, llegó Jarssa a la mesa. Un chico muy joven, muy delgado y suave. Se presentó como Borena y experto en ornitología, un dato importante porque la inmensa mayoría de visitantes extranjeros que visitan esta zona perdida del país lo hace para observar dos pájaros endémicos que se encuentran en un radio de apenas 100 km alrededor de Yabello (no creo que lo haya mencionado antes, pero la cantidad, variedad y belleza de los pájaros que vimos durante nuestro viaje por Etiopía es alucinante, y hacen que hasta el más lerdo en la materia quede boquiabierto).

Aunque su aspecto y maneras suaves no me convencieron del todo a primera vista, Jarssa fue probablemente el mejor guía local de todo el viaje, y nos regaló un día inolvidable entre los Borena. Según Yeshiwas, su nombre significa “sabio”, y algo de esto tiene este chico tranquilo pues parece moverse con mucha sabiduría y ligereza entre situaciones comprometidas, como si no le costara ningún esfuerzo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Temprano al día siguiente salimos en dirección al sur, hacia la frontera con Kenia, donde visitaríamos uno de los “pozos cantantes” de los Borena, muy comunes en la zona. Ante la falta de agua disponible en la superficie, los Borena tienen localizados pozos profundos desde donde sacan el agua en baldes haciendo una cadena humana de hasta 50 personas, hasta llegar a los abrevaderos en los que dan de beber a sus miles de cabezas de ganado. Para animarse en el trabajo, nada grato como os podéis imaginar, acostumbran a cantar sin parar, dando significado a lo de los pozos cantantes.

Antes de llegar, cruzamos por el Santuario de Vida Salvaje de Yabello, donde nos adentramos por una pista de arcilla roja, entre acacias, buscando ver gacelas, kudus, avestruces o cebras… al final sólo vimos avestruces, desde lejos, y “cebras Burchelli” desde bastante cerca (aprendimos que en África sólo existen dos tipos de cebra; Burchelli y Grant, las que se diferencian entre sí por sus pequeñas diferencias en las rayas). También, en el mismo camino, nos cruzamos con un grupo de camellos que dos niños muy pequeños arreaban a orillas del camino. La visión de ver a estos dos niños, de apenas algo más de un metro de altura, dando voces y palos a estos tremendos animales, nos pareció impactante, y aleccionadora. A pesar que tanto en el norte como en el sur ya habíamos visto niños de la misma edad (tamaño) arreando vacas y cabras, estos dos nos parecieron fuera de lo normal, y les pedí hacerse una foto conmigo. Aunque no recuerdo sus nombres, si recuerdo sus edades; 9 y 10 años.

 

 

 

 

 

Finalmente, llegamos a la zona de los pozos, pero, ante nuestra desilusión, los encontramos rebosantes de agua producto de las inesperadas lluvias del mes de agosto. Así que, en lugar de pozos, nos encontramos con dos estanques llenos de agua donde las vacas y niños se turnaban para aliviarse del fuerte sol ecuatorial. A pesar del impacto de no ver los pozos ni a los hombres cantar, decidimos sacar provecho de lo que teníamos enfrente, y nos quedamos un buen rato. Mónica jugando a juegos de manos con los niños, yo haciendo fotos y Pau yendo y viniendo entre nosotros. Fue un rato muy agradable el que pasamos esa mañana, exprimiendo al máximo cada momento.

De regreso en Yabello, al mediodía, nos fuimos al mercado de la ciudad, en pleno apogeo. Ahí tuvimos la ocasión de ir relajándonos con los Borena, y aprovechando de hacer algunas compras de souvenires. Mónica y yo nos hicimos con varias pulseras de metal (luego nos dijeron que eran de mala calidad, porque las nuestras estaban hechas con balas fundidas, cuando las buenas son hechas con monedas fundidas J), y los pañuelos que hombres y mujeres Borena llevan sobre la cabeza… y además Mónica por fin pudo cumplir su deseo de dar un paseo en una carreta tirada por un caballo, como las que veníamos viendo hace días en el sur. Ahí están las fotos que demuestran su cara de felicidad, y la de Pau.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Incluso pudimos ayudar a Mónica a cumplir otro deseo; mandar a hacerse el típico vestido que las mujeres del sur de Etiopía llevan en sus tareas más domésticas, con telas multicolores y motivos florales. Encontramos un lugar donde vendían la tela, y donde además trabajaba un chico que en 10 minutos convertía la tela en esta especie de saco sin forma, con espacio para los brazos y cabeza. Lo divertido fue que, al ir a recogerlo, a Mónica no le entraba la cabeza, lo cual por supuesto fue un motivo de risas entre los dependientes de la tienda… al que no le hizo gracia fue al joven sastre, que más que nada estaba avergonzado de su error.

Por la tarde nos esperaba la visita que Jarssa había preparado en una aldea Borena local. Ya la aproximación fue especial, siguiendo una pista que subía una colina de arcilla roja, rodeada de acacias, donde al final se adivinaban las chozas de adobe. Como Jarssa ya tenía todo arreglado, nuestra llegada fue vivida con naturalidad, sin el estrés de pagar entrada ni negociar un precio por cada cosa. Sólo llegar nos llevaron a una de las chozas, donde estaban los ancianos y nobles de la aldea para darnos la bienvenida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mientras, un par de mujeres preparaban un brebaje de café, sólo usando la corteza del grano, como hacen muchas tribus en el sur. El color incandescente de las llamas, el espeso humo, la luz indirecta que se colaba por la puerta dando vida a las sombras del interior, y la voz de los presentes, ayudaban a crear un ambiente especial, mágico. Lo increíble es que, aunque no pudiéramos entender una palabra de lo que ahí se decía, en la atmósfera sobrevolaba un aire de fraternidad, de humanidad. Justamente este tipo de momentos, en que no hace falta hablar el mismo idioma porque la energía fluye de la mano de gestos y sonrisas, y que he tenido la suerte de vivir tantas veces en Asia y otros sitios de África, son los que me han enganchado tanto a viajar cada vez que puedo. Y no fui el único que sintió esta electricidad en su piel… yo sé que tanto Mónica como Pau sintieron algo muy parecido.

 

 

 

 

 

 

 

Una vez listo el brebaje de café, el jefe de la aldea lo bendijo, lanzando en voz alta sus conjuros, y luego fue el primero en probarlo y pasarlo al que tenía a su costado. Hasta que nos llegó el turno a nosotros… Mónica y yo lo toleramos bien, más que nada sabía a café suave, pero lo curioso del asunto es que debes también echarte los trozos de corteza en la boca, y masticarlos hasta convertirlos en polvo para luego bebértelo… por ahí Pau no pasó, excusándose en que los padres no le dejaban beber café. Lo gracioso es que esto lo dijo justo frente a niños de pocos meses que se zampaban el brebaje con unas ganas que nos dejaron parados. Yo tuve dando vueltas las cortezas de café en mi boca un buen rato, hasta que disimuladamente las escupí contra un árbol, mucho rato después J

Aquí les dejamos un par de vídeos de este ritual del café:
Ceremonia del café con los Borena: https://youtu.be/3exKvw_mPc0
Jefe Borena bendiciendo el café: https://youtu.be/Dpq-lmuvxnk

 

 

 

 

 

Luego salimos todos al exterior, donde el sol se estaba acostando sobre el horizonte, ofreciéndonos una luz perfecta para las fotos…. en pocos minutos “acribillé” a toda la aldea, extasiado ante la belleza de los rostros de hombres, mujeres y niños bañados en esa luz perfecta. Y no hizo falta que les rogara mucho. De hecho, se fueron presentando voluntariamente, con sus mejores trajes y adornos, que por cierto son muy coloridos y resaltan en la monotonía monocromática de la sabana en la que viven. Su interés porque los fotografiase se debía a su esperanza que ahora yo les envíe las fotos impresas de recuerdo porque, aunque nos parezca algo básico, en estas latitudes tener, aunque sea una foto de recuerdo de padres o hijos es un lujo que no todos pueden permitirse, o derechamente no existe donde o cómo hacerlo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Y así acabó el día entre los Borena, aunque a la mañana siguiente seguimos de suerte, porque pudimos participar de un mercado tradicional de animales, donde las estrellas indiscutibles son los camellos que, tal como apuntaba Pau a todo el mundo, realmente son dromedarios porque sólo tienen una joroba en la espalda. Aunque de aspecto fiero, los hombres Borena son en realidad como niños a los que les gusta jugar a hacerse los duros, y una vez que les pillas el truco, es fácil desarmarlos y hacerles reír.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Antes de emprender el camino hacia el norte, y dejar definitivamente las tierras del extremo sur de Etiopía, buscamos hasta encontrar un regalo especial para Mónica; el típico collar de cuentas de colores que las mujeres Borena llevan al cuello…. son gruesos y largos, multicolores, y no se encuentran en ninguna tienda porque cada mujer se fabrica el suyo propio. En esta tarea contamos con la complicidad de Jarssa, que insistía que faltaba el collar para completar el «look Borena», luego de preguntar a un par de mujeres si venderían su collar a una «faranji», una mujer no sólo lo quiso vender, sino que se ofreció, junto con sus amigas, a colocárselo a Mónica entre risas de complicidad. Lo divertido del asunto, es que Mónica no se puede colocar el collar a día de hoy, ya que las mujeres Borena tienen un largo y estilizado cuello, y ese día hubo que agregar una tira vegetal para que Mónica lo pudiese llevar!!!… Yo me conformé con mi pañuelo en la cabeza, que una de las mujeres me recolocó indicándome que cómo lo llevaba no estaba bien!!!

Las palabras Borena que utilizábamos eran:

Hola AKAM NAGUMA   y   gracias GALATOMA.

 

 

 

 

 

 

 

Así fue cómo, con estas buenas sensaciones, ahora sí comenzamos el largo regreso hacia Addis Abeba. Nos quedaban 2 noches antes del vuelo de regreso, pero así y todo nos dio tiempo a vivir una de las experiencias más entrañables del viaje…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Un abrazo,

Michel

2 comentarios sobre “Entre los Borena

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