En el valle del Omo; tribus Tsemai y Arbore

Un camino asfaltado (y lleno de forados) se enfila hacia el oeste desde Karat, la capital de la comunidad Konso. Durante casi 50 kilómetros, el camino transcurre entre cerros cuyo perfil ha sido esculpido por las interminables terrazas de cultivos construidas durante siglos por los incansables Konso. De vez en cuando, sobre la cumbre de uno de estos cerros, se observa alguna de las 47 aldeas que se concentran en el total de su territorio. Estos son los últimos 50 kilómetros de superficie del gran altiplano que monopoliza el paisaje del centro y norte del país… hasta que, repentinamente, un brusco descenso de más de quinientos metros nos lleva hasta un paisaje semidesértico dominado por las acacias. Es el comienzo de la región más austral de Etiopía, conocida como el Valle del río Omo.

Al poco andar, cruzamos el río Woito, y nos adentramos en el territorio de los Tsemai, una minoría étnica de la cual se sabe muy poco, más allá de que se cree que corresponden a un grupo de unas 10.000 personas cuyos antepasados se habrían escindido de los Konso, por motivos desconocidos, hace unos 250-200 años atrás. A diferencia de sus primos hermanos, los Tsemai viven en un paisaje tórrido, hecho de polvo y mucho sol, donde es fácil imaginarse que la sombra de una acacia es el bien más preciado, junto con el agua, la cual no tienen tan fácil conseguir.

Para llegar hasta su territorio hay que seguir una pista, un camino de tierra y piedras, que corre en dirección suroeste, acercándose mucho a la frontera con Kenia. Cada cierta distancia, el camino es atravesado por el lecho de un río seco, los cuales vuelven a la vida durante los meses de lluvia (Marzo y Abril) haciendo impracticable el camino incluso a los coches más potentes y conductores más avezados. Es, además, un camino muy poco transitado por el turismo, pues la jornada no es fácil, pero que resulta muy conocido para las empresas petroleras extranjeras que realizan prospecciones en la zona. De hecho, Yeshiwas, nuestro conductor, nos sorprendió contándonos como se había pasado dos años de su vida viviendo en un par de campamentos abandonados que nos cruzamos esa tarde… la búsqueda había resultado estéril y las empresas ni siquiera se tomaron el trabajo de desmantelar o limpiar los campamentos, que siguen cubriéndose de polvo sin remedio (ojalá que pronto desaparezcan del todo debajo de la tierra para no tener que verlos)

Los Tsemai son raramente visitados porque es difícil llegar a ellos y porque son de espíritu libre, siempre en movimiento en búsqueda de los mejores (únicos) pastos disponibles para sus pequeños rebaños de vacas y cabras, por lo que son difíciles de ubicar. Pero, contando con la ayuda de Yeshiwas, quisimos probar suerte y encontrar alguna de sus aldeas móviles. Cuando ya llevábamos unos 30 kilómetros recorridos desde el río Woito nos encontramos con un grupo de hombres y niños pasando la tarde bajo de la sombra de un cobertizo de madera y paja, protegiéndose de la canícula que caía sobre la tierra. La presencia de motos revelaba que, en alguna parte de la sabana, había un poblado al que estos jóvenes daban el servicio de transporte a sus habitantes más afortunados… así que ahí paramos para preguntar por la posibilidad de visitar esa aldea invisible.

Como la suerte siempre nos acompañó durante el viaje, resulta que uno de los Tsemai, que se hacía llamar “Jamaica”, hablaba amárico con lo cual se convirtió en nuestro guía improvisado y protector ante la posibilidad de que nuestra presencia no fuera bien recibida por todos en el poblado. Así que montados en el 4×4 nos llevamos a Jamaica con nosotros y condujimos a campo a través por los siguientes 20 minutos hasta comenzar a divisar las primeras chozas del poblado.

Acostumbrados al orden y al tamaño de las aldeas Dorze y Konso, esta aldea Tsemai nos pareció escuálida, casi deshabitada, y sin aparente interés. Pero ya estábamos ahí así que, poniendo nuestra mejor cara, nos bajamos y comenzamos a recorrer la aldea, en lo que fue nuestro primer encuentro de verdad con las tribus del valle del Omo. Desde un comienzo nos dio la impresión que los Tsemai son una especie de grupo “paria” dentro de las tribus del sur, por su bajo número, por la simpleza de sus aldeas y casas, y por la manifiesta pobreza que delataban el pequeño tamaño de sus rebaños. Quizás lo más fuerte es la dureza de su entorno carente de pastos y agua. Esta sensación, que no era más que una intuición en ese momento, se vio confirmada durante la semana siguiente en que visitamos al resto de las principales tribus de la región.

Se sabe que los Tsemai practican una agricultura de sobrevivencia basada principalmente en el sorgo, el mijo y el algodón (aunque nosotros no vimos ni un parche de tierra que hubiese podido sostener un cultivo), la cual complementa el pastoreo de ganado, que es su actividad principal. Y, a pesar de la dura realidad, son gente afable que nunca tiene conflictos con las tribus vecinas, los Arbore y los Hamer… será, pensamos, que dado su bajo número y falta de recursos, rehúyen de los conflictos sabiéndose perdedores de antemano. Es más, tal vez buscando una salida a su situación, muchos Tsemai (especialmente sus mujeres) se casan con miembros de tribus vecinas, lo que les confiere aún más un aura de etnia en proceso de desaparición.

También supimos que, al igual que los Hamer, los Tsemai celebran la ceremonia del “salto del toro” que marca el paso a la adultez de los jóvenes, los cuales a partir de ese momento comienzan a buscar esposa (explicaremos más sobre esta tradición más adelante), y que el nivel de alfabetización en su propio idioma es bajísimo ante la falta de escuelas… todo lo cual corrobora nuestra primera impresión.

Lo cierto es que no fue mucho lo que pudimos aprender de los Tsemai, ni tampoco lo que hemos encontrado en la literatura, pero el recuerdo de esta visita es muy bueno pues de alguna manera nos sentimos pequeños exploradores saliéndonos de la ruta habitual y accediendo a paisajes y gentes muy poco vistos. Siguiendo por el camino de polvo y piedras por el que veníamos, seguimos avanzando hacia el oeste, paralelos a la frontera con Kenia en dirección al poblado de Turmi, donde pasaríamos las siguientes noches para visitar varias tribus en la ribera del río Omo.

Pero aquella tarde aún teníamos otra misión en la bitácora; alcanzar y visitar alguna de las aldeas Arbore, otro de los grupos que habitan la zona fronteriza con Kenia. Tras tragar aún mucho polvo, y con la sensación de sentirnos algo perdidos en esta inmensa aridez, finalmente llegamos a su territorio. A priori, las condiciones en que viven los Arbore son prácticamente las mismas que la de sus vecinos Tsemai, pero sin embargo los poblados Arbore parecen mucho mejor organizados, con casas mejor armadas y, sobre todo, con mucha más gente. Pero además, los Arbore inmediatamente nos dieron la impresión de ser un pueblo mucho más aguerrido, más combatido, cosa que pudimos comprobar en varias ocasiones durante nuestra visita.

Primero que nada, a la entrada del poblado nos paró un chico joven, vestido con una camiseta con los colores de la bandera de Etiopía, quien nos dijo que era obligatorio el pago de una entrada al poblado, otro tanto para él como “guía oficial” y que en el poblado sería obligatorio pagar por cada foto que tomáramos a su gente….toda la situación nos parecía inusualmente violenta, tan diferente a las vividas con los Dorze, Konso e incluso hace un par de horas antes con los Tsemai, por lo que dudamos si realmente queríamos hacer la visita. Finalmente decidimos acceder, aunque Pau prefirió quedarse en el coche ante el escenario de volver a sentirse el centro de la atracción de niños y adultos, como le había ocurrido con los Tsemai.

Sólo poner un pie fuera del coche, se corrió la voz de nuestra llegada y fuimos testigos como de las chozas comenzaban a salir mujeres y niños en nuestra dirección, gritándonos “foto, foto, foto!”. Ante este panorama, con la ayuda del guía, atinamos a refugiarnos rápidamente en una de las chozas en las que encontramos a alguien dispuesto a cobijarnos. Tuvimos suerte, porque dimos con una en la que una mujer de edad avanzada, que descansaba después de llegar cargada con un fardo de leña, acompañaba a su nieto que dormía la siesta tumbado en el suelo de tierra.

Mientras una cincuentena de personas nos esperaba afuera, nosotros aprovechamos de entablar algún tipo de comunicación con las mujeres sobre los temas que insistentemente fuimos preguntando a todas las minorías que conocimos, con el afán de saber y comparar. Temas como cuál es su concepción de la vida, cuáles son sus rituales tras la muerte de algún ser querido, cómo se organizan las mujeres para parir, etc… sus respuestas fueron muy similares a las recibidas antes, sobre todo a la de los Konso, cosa que no sorprendió puesto que se sabe que los Arbore, igual que los Tsemai, son un grupo que se separó de la comunidad Konso hace al menos 200 años.

Nos explicaron, por ejemplo, que tras la muerte de una persona, a esta se le suele enterrar en una tumba lejos de la aldea (a diferencia de muchas otras tribus que entierran a sus muertos en la misma aldea), y sus adornos son enterrados con él. El cuerpo es envuelto en una pieza de tela y piel de oveja, y al difunto se le pide que bendiga al ganado de la tribu. Después de unos días, los seres queridos sacrifican una cabra; una de las patas de cabra y su grasa se coloca en la tumba. Después de eso, las vacas del muerto se dividen entre sus hijos. Sin embargo, a los bebés o niños pequeños se les entierra debajo de la casa de los padres, como también hacen la mayoría de las otras tribus. También aprendimos que, aunque el gobierno pretenda que las mujeres den a luz en un hospital o centro de salud, ellas prefieren hacerlo en casa, con la ayuda de familiares y la partera de la aldea… el saber que Mónica es matrona de profesión siempre resultó ser un elemento de unión con las mujeres, lo que les invitaba a abrirse un poco más. Así nos contaron que, a pesar de la prohibición del gobierno, los Arbores siguen practicando la ablación genital entre las mujeres, las cuales realizan ya de grandes, justo al momento de casarse! Lo extraño del asunto es que los Arbore no dan mayor valor a la virginidad de las chicas, permitiendo las relaciones sexuales pero oponiéndose terminantemente a que una relación de este tipo termine engendrando un hijo…

Las chicas y mujeres casadas Arbore se adornan con ricos ornamentos de metal y collares y pulseras hechas con cuentas de plástico, las cuales usan también para adornar sus faldas de cuero. De hecho, las cuentas son una de las principales características distintivas de Arbore y es fácil distinguirlas de otras tribus. Además, las niñas solteras se afeitan por completo la cabeza, la que se cubren con un paño negro para protegerlo del sol. Por el contrario las mujeres casadas dejan crecer su cabello, el cual peinan en cortas trenzas muy apretadas.

Aparte de estos detalles del mundo femenino, otras cosas que aprendimos fue que los Arbore practican el pastoreo de vacas y cabras, el cultivo de sorgo, la pesca de temporada y la caza. En general, su economía de subsistencia depende en gran medida de las inundaciones del río Woito, y actualmente constituyen un grupo de apenas unas 6000 personas. Pocas pero, como decía arriba, muy aguerridas, como se desprende de su historial de disputas con sus vecinos, especialmente con los Hamer, por el uso de las tierras de pastoreo. De hecho, tal como nos contó el guía, hacía cosa de dos o tres semanas, los Arbore y los Hamer se enzarzaron en una batalla de varios días que se saldó con 8 Arbore muertos por más de 40 Hamer muertos… sin duda, un pueblo pequeño pero matón!

Terminada la conversación, no nos quedó más remedio que salir afuera y someternos al incómodo intercambio de fotos por dinero, del cual, a contra pronóstico, salieron algunas bonitas fotografías que aquí compartimos…

Tras la visita, aún nos quedaban otros 80 kilómetros a Turmi, por caminos de polvo y piedras … a ratos el camino desaparecía, y lo único que quedaba eran las huellas de un coche que serpenteaba entre acacias y lechos de ríos secos. Sin duda el trecho más inhóspito de todo el viaje.

En la próxima entrada os contaremos cómo acabó la cosa… un abrazo a tod@s!

Michel

 

2 comentarios sobre “En el valle del Omo; tribus Tsemai y Arbore

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