En territorio Konso

A tan sólo 85 kilómetros al sur de Arba Minch se encuentra el descafeinado pueblo de Karat, que sirve de centro administrativo a los 27 poblados “Konso” que se distribuyen a su alrededor, un territorio que sirve de hogar a uno de los grupos étnicos más singulares y que más nos impactó en nuestro viaje por el sur de Etiopía. Y no somos los únicos a quienes han impresionado los Konso gracias a la pureza con la que han mantenido sus singulares tradiciones ancestrales… resulta que en 2011 la UNESCO declaró a 11 de estas aldeas como Patrimonio Cultural de la Humanidad, incluyendo en esta denominación a todo lo relacionado con su cultura; poblados, terrazas de cultivo, rituales, lengua, etc. Un mérito inédito pues fue el primer grupo étnico en el mundo en lograr dichos honores.

A pesar de que a continuación visitaríamos minorías y tribus más vistosas y mediáticas, los Konso nos impresionaron por la solidez de sus creencias, la cantidad inmensa de trabajo invertidas en la construcción de sus poblados amurallados y terrazas de cultivo y, sobre todo, por la simpatía de la gente. Su territorio se encuentra en lo que sería el extremo meridional del altiplano que abarca el norte y centro de Etiopía, a unos 1500-2000 metros de altura, y están rodeados al este y oeste por las planicies habitadas por otros pueblos (que luego visitaríamos) con los que han mantenido conflictos bélicos a lo largo de más de 5 siglos (hasta donde se sabe). De ahí que sus “kanta” o aldeas, se encuentren coronando las colinas de la zona, defendidas por altas murallas de roca y su interior sea un laberinto indescifrable de retorcidos senderos amurallados.

Nuestro primer contacto con los Konso fue en el mercado del pueblo de Fasha, un día sábado por la tarde. Cuando llegamos a su plaza central no había gran movimiento, pero durante las siguientes horas el lugar se llenó de campesinos y pastores que acudían a su cita semanal. Ahí vimos a mujeres y hombres ofreciendo el fruto de sus huertos; patatas, cebollas, ajos ( muy popular en todo el país!), maíz, sal, sorgo, judías, y granos y hojas de café. A diferencia de la mayoría del resto de la población de Etiopía, los Konso no usan el grano de café para preparar la infusión, sino que secan y muelen las hojas de la planta para preparar, mezcladas con semillas de girasol y algunas especias, una especie de café instantáneo. Además de todo esto, llama la atención la gran cantidad de hojas del árbol “moringa” que se comercializa y consume… para los que no lo sepáis, la moringa es un auténtico manantial de salud que lleva en sus hojas, raíces, flores y semillas un aporte de propiedades antibacterianas, antioxidantes y mineralizantes que la han puesto en el podio de los superalimentos y a ser conocido como “el árbol de la vida” … sobra decir que aquí en Barcelona, el precio de esta planta, vendida como polvo, es elevadísimo (unos €18 los 125 gramos) mientras que en Etiopía podíamos comprar un fardo de hojas por una fracción de euro, o tomar un zumo 100% natural por 20 céntimos.

Durante este mercado tuvimos la ocasión de experimentar la gran simpatía y hospitalidad de los Konso, con quienes pasamos un muy buen rato esa tarde mientras “intruseábamos” entre sus puestos. Esto a pesar del extenuante trabajo al que están constantemente sometidos… especialmente sus mujeres, quienes son, como de costumbre, quienes corren con la mayoría del trabajo del campo, incluida la recolección de agua y leña. Esa tarde fuimos testigos como decenas de mujeres acudieron al mercado a vender la leña recolectada en los bosques aledaños, ordenada en fardos de más de 50 kilos que les obliga a caminar (descalzas) con la espalda totalmente encorvada. Lo del peso no lo digo por decir, pues esa tarde pude probar, igual que Mónica, como en algunos casos me era imposible levantar el fardo de algunas mujeres.

Como nos acostumbramos a ver en todos los mercados de las minorías étnicas del sur de Etiopía, en otro rincón del mercado se agolpaban los vendedores de la cerveza artesanal fabricada con el sorgo, su principal cultivo, la cual se bebe en calabazas ahuecadas. Por último, en otro sector, muchos puestos ofrecían todo tipo de productos de plástico y ropa de fabricación china, un comercio que cada vez coge más fuerza en todo el país producto de la fuerte presencia de China en Etiopía… se estima que en Etiopía viven más de medio millón de ciudadanos chinos, que principalmente trabajan construyendo caminos, puentes, grandes piezas de acero para la construcción y, en general, todo tipo de actividad expoliadora de los recursos del país. Los etíopes cultos que tienen una visión informada de su país, no dudan en decir que Etiopía ya no pertenece más a los etíopes, si no que a China, en alusión a la fuerte inversión del país asiático en Etiopía, y al gran endeudamiento que el país africano mantiene con China… otro caso flagrante de neocolonialismo y corrupción (de los gobernantes etíopes por permitirlo y beneficiarse directamente de ello).

Pero como mejor se puede aprender de los Konso es visitando algunas de sus kanta, así que para allá nos fuimos en compañía del guía local obligatorio impuesto por la organización que regula las visitas a sus aldeas. Independientemente de su tamaño, las aldeas Konso siguen un mismo patrón por lo que son todas muy similares. Como decía arriba, sus murallas exteriores llegan a alcanzar hasta los 2 metros de altura, y suelen ofrecer únicamente un par de entradas que sólo son accesibles por empinados senderos, lo que da pistas de su obsesión por construir un hogar seguro de los ataques de sus enemigos. Dentro, estrechos caminos de piedras y ramas de moringa conducen a las “parcelas” familiares, donde es común encontrar 3 ó 4 tukuls (chozas redondas de madera y techo de paja), un granero y un gallinero que suelen colocar en altura. Estos recintos familiares sólo son accesibles a través de estrechas puertas que obligan a entrar prácticamente de rodillas (otro detalle que habla de su obsesión por la seguridad).

A medida que la población crece, los Konso van añadiendo sus parcelas al poblado mediante la construcción de nuevas murallas exteriores, haciendo que cada poblado tenga varias murallas exteriores a modo de cinturones, lo que revela las veces que han sido expandidas. Pero lo que realmente revela la edad de cada kanta son sus enormes “kata” o tótems generacionales, los cuales son levantados cada 18 años por todos aquellos jóvenes de entre 8 y 25 años que quieren demostrar en sociedad su paso a la adultez. Por eso, simplemente contando los katas de cada aldea se puede saber fácilmente la edad de la aldea; en Gamole, por ejemplo, contamos 42 katas, lo que nos dice que su edad es de al menos 756 años, mientras que en la pequeña aldea de Mecheke contamos 23, lo cual indica que su edad es al menos de 414 años!

Otras singularidades de los poblados Konso es la existencia de las “moras”, casas comunales en las que los hombres solteros, a partir de los 12 años, están obligados a dormir, de manera de estar preparados y alertas para responder a cualquier ataque nocturno. Aunque ya no hay peligro de ataques, la tradición se mantiene y además la mora hace de lugar de reunión de niños y adultos del poblado. Las moras están construidas sobre pilares y sólo son accesibles mediante una trampilla en su suelo, al que se llega subiendo una escalera… Pau fue el único que se animó a subir y experimentar lo que se siente estar en su interior. Nuestro guía nos explicó como la mora también es usada como “método anticonceptivo natural”, puesto que la tradición konso obliga al hombre a estar dos años alejado de su mujer después de dar a luz, durmiendo justamente en la mora…  sin embargo, entre bromas le hicimos ver que, a juzgar por la enorme cantidad de niños que veíamos en la aldea, o bien la norma no se cumplía, o bien los dos años eran poco tiempo y debían al menos ampliarlo al doble!

Según nos explicó el guía, la sociedad Konso distingue a dos castas o clases sociales; los “xawda” o casta inferior de familias sin tierra que se dedican al comercio, artesanía, tejidos del algodón, etc, mientras que la casta superior de los “etetnta” está conformada por campesinos y guerreros quienes forman las clases dirigentes, a la cabeza de quienes existen los 9 jefes del mismo número de clanes que constituyen la sociedad Konso. Miembros de un mismo clan viven desperdigados por las diferentes aldeas, y se les está prohibido casarse entre sí, aunque si deben casarse con miembros de su misma casta. Por su parte, estos jefes de clanes viven como verdaderos reyes feudales, porque además de vivir aislados en casas más grandes y cómodas que el pueblo raso, no trabajan, pero si pueden disponer del trabajo de los demás en sus tierras o para cualquier otra tarea que necesite para su provecho propio.

Y, cuando uno de los miembros destacados de la comunidad Konso muere, siempre de la casta etetnta, la tradición indica que se debe tallar un “waka”, una figura de madera que representa al fallecido y que se coloca junto a su lugar de descanso en compañía de los waka más pequeños de sus mujeres y enemigos vencidos en batalla. Los wakas intentan ser lo más realistas y fieles a la realidad, incluso llegando a colocar trozos de hueso de animal para simular dientes y ojos… esta tradición centenaria ha llamado la atención de anticuarios y coleccionistas de todo el mundo, creando así un mercado furtivo que ha fomentado el robo de cientos de estos wakas de las aldeas Konso…para terminar con este expolio, los Konso han decidido retirar todos los wakas de sus aldeas y llevárselos a un pequeño museo custodiado donde se guardan a salvo de los ladrones. Así que hoy es casi imposible ver un waka auténtico en las aldeas, aunque siempre es posible encontrar alguno con un poco de suerte (como el de la foto de inicio de esta entrada).

Otra tradición que nos hizo gracia fue la de los recién casados; resulta que cuando una pareja se casa, después de la fiesta que dura tres días, el marido “rapta” a su mujer durante 3 meses y se la lleva a su parcela familiar. Ahí la instala sin dejarla hacer nada de actividad, cebándola con todo tipo de manjares, incluida la exquisita miel que fabrican los Konso, con el objetivo de hacerla engordar lo más posible. Después de este periodo, en el cual normalmente ha quedado embarazada, el orgulloso marido invita a una nueva reunión de familia y amigos y presenta a su mujer… entre más gorda esté ella, más alabanzas recibe tanto ella como su marido, puesto que su gordura se interpreta como el resultado de un buen cuidado y del hecho que el marido es suficientemente próspero para sacar a su familia adelante. Si la mujer aparece en la reunión más delgada de lo habitual, se interpreta como una negligencia y falta de recursos por parte del marido, y la familia de la mujer puede incluso llegar a pedir su regreso o al menos una compensación…

Durante nuestra visita a un par de poblados Konso nos sentimos siempre muy bien acogidos, rodeados de sonrisas, saludos cordiales y risas y, como de costumbre, de un ejército de niños dispuestos a pasárselo en grande a expensas de los faranjis blancos. Muchos de ellos traían en sus manos alguna artesanía para vender, como wakas en miniatura, figuritas talladas en roca, y hasta historietas de todo tipo dibujadas en papel y enrolladas en dos cilindros de madera, que se pueden hacer pasar frente a tus ojos, cual película. Pero el único recuerdo que finalmente trajimos se lo compramos a un niño que encontramos, ausente del follón que montaban el resto, cociendo unos trozos de tela vieja para hacerse una pelota de trapo, aunque en este caso estaba rellena de bolsas de plástico… enseguida, sin mirarnos, supimos que ése sería el recuerdo más entrañable que podíamos tener de los Konso, así que le preguntamos si la vendía. El niño, Esiyal Nalayto se llama, abrió los ojos como platos, incrédulo de su inesperada buena suerte y nos dijo que sí… ahora la pelotita, firmada por Esiyal, descansa en nuestro salón como uno de nuestros recuerdos más preciados del viaje.

Antes de despedirme, les dejo algunas palabras en Konso:
Hola: Nakaita
Gracias: Waka-najo
Hermoso: Ibagare

Un abrazo y hasta la próxima entrega!

Michel

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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