Últimos días en Rajastán

Tras dejar Bikaner y el templo de Karni Mata, nuestro periplo por India nos llevó hasta Pushkar, un escénico y turístico pueblo situado ya lejos del desierto del Thar, en el corazón de Rajastán. Tras 15 años sin visitarlo, nos hacía ilusión pasar por aquí y volver a disfrutar de los apacibles atardeceres en los ghats del lago, que representa el corazón de Pushkar, donde los fieles que acuden a realizar sus oraciones se mezclan con quienes acuden a orillas del pequeño lago para lavar ropa, darse un baño o simplemente para apreciar las vistas a las montañas que rodean la ciudad. 

Era nuestra ilusión compartir con Pau estas vivencias, pero la realidad nos dio un buen mazazo en la cara porque hoy no queda nada de ese ambiente tranquilo de antaño, y en su lugar, Pushkar se ha convertido en un destino turístico sobre explotado, repleto hasta la saciedad de hoteles y tiendas de souvenires, y donde es difícil encontrar escenas de la vida auténtica y cotidiana de India. Además, sus ghats ya no parecen atraer a peregrinos (quizás los altos precios de la comida y alojamiento los espantan), y hoy en día resulta difícil circunvalar el lago porque los diferentes ashrams y propietarios han levantado divisiones para impedir (quien sabe por qué motivo), la libre circulación de la gente.

Sin embargo, paseando por las pocas calles que siguen formando su casco antiguo, dimos con la celebración de la ceremonia de Aarti a orillas del lago, lo cual resultó ser un alivio al poder evadirnos de la parte comercial de la ciudad. A su costado, luego visitamos el templo de Brahma, que tiene la particularidad de ser el único templo del país dedicado a este dios principal del panteón hindú, a quien se le atribuye, ni más ni menos, la creación del Universo… según cuenta la leyenda, este singular hecho se debe a que aquí, en Pushkar, Brahma, que ya estaba casado, se habría vuelto a casar con otra mujer, por despecho. Ante tamaña afrenta, su mujer habría hecho el conjuro para que Brahma (a pesar de su importancia), solo fuese venerado en Pushkar, y en ningún otro sitio de India.

A continuación seguimos moviéndonos al sur, hasta la ciudad de Bundi, no lejos de Udaipur (lo que significa que, de alguna manera, estábamos casi cerrando un circulo). Vinimos hasta aquí porque nos habían hablado maravillas de su ambiente auténtico y amigable, y de la belleza de su entorno montañoso, coronado por una fortaleza imponente que domina las vistas sobre la ciudad. Y la verdad es que la ciudad nos cautivó muchísimo, a pesar de que la lluvia nos golpeó especialmente fuerte los días que estuvimos por aquí, lo cual nos condicionó un poco las rutinas. 

Su casco antiguo, justo fuera y también dentro de las murallas que limitaban la ciudad medieval, nos fascinaron por la amabilidad y relajo de su gente, y por la actividad, colorido y aromas de sus calles. También, por todas las excentricidades que se suelen encontrar en este tipo de lugares que parecen haber quedado congelados en el tiempo y que, poco a poco, comienzan a desaparecer de las calles y bazares de las ciudades de India. Por ejemplo, aquí volvimos a encontrar señores ofreciendo la limpieza de oídos, en plena calle, arrodillados y provistos de un solo “cotonito”, de unos 15 centímetros, que usan para todos sus clientes.

También volvimos a encontrar a los “dentistas callejeros”, que ofrecen sus servicios en plena calle, provistos de una silla de madera o plástico para los pacientes, y un “muestrario” de piezas e instrumentos dentales entre los que solo se dejan ver alicates, martillos y limas enormes. Todo dispuesto en cajas de madera, expuestos al polvo de la calle… ni rastro de una silla dental, o instrumentos higienizados, anestesia o un mínimo de comodidad o garantía de higiene. A pesar de lo rudimentario del asunto, lo cierto es que pudimos comprobar que tienen su clientela entre la población. De hecho, mientras echábamos una mirada y compartíamos un momento con uno de ellos, llegó un paciente visiblemente aquejado de un dolor de muelas. Tras un rápido diagnóstico, el seudo-dentista determinó que solo cabía la extracción, así que dispuso al paciente sobre la silla, y a un par de voluntarios para sujetarlo… a pesar de sus invitaciones a presenciar la intervención, e incluso a hacerle fotos, no quisimos invadir de forma tan grotesca la intimidad y el sufrimiento del pobre hombre, y no nos quedamos a verlo (lo siento por los más morbosos!)

La fortaleza de Bundi es imponente y da a la ciudad un toque de magia, de lugar remoto y anclado en el tiempo. Sin embargo, su visita no es fácil ni tan gratificante por culpa de su mal estado de conservación… tres cuartas partes de los edificios de su interior están cerrados por peligro de derrumbe, y se han convertido en hogar de miles de murciélagos que inundan el aire con su olor tan característico. Incluso en los lugares abiertos a las visitas, donde se puede tener un atisbo del lujo y comodidades de sus antiguos dueños, se huele y se oye a estos animalitos que tanta aversión producen. Además, la parte superior de la fortaleza, por encima del palacio real, está dominada por la vegetación, y ahí acampan a sus anchas manadas de monos que suelen ser bastante agresivos si piensan que llevas comida en tu mochila… no es algo menor el encontrarse con un grupo sentado sobre el sendero y tener que abrirse paso entre ellos para poder seguir, así que al final nuestra excursión a la cima también se vio frustrada por culpa de los monos!

Además del palacio, Bundi tiene cierto nombre por la presencia de varios “baoris” en la ciudad, que son pozos construidos en toda Rajastán para almacenar agua para la población. Pero no son unos pozos cualesquiera, sino que se trata de pozos enormes, de hasta 50 metros de profundidad, escalonados y decorados con estatuas y tallados sobre sus paredes. Visitamos dos de ellos y, a pesar de su espectacular tamaño y arquitectura, lamentablemente tampoco los encontramos muy limpios, aunque están bajo el cuidado de las autoridades del turismo del estado. Además de los pozos, Bundi es conocida por haber sido el hogar temporal del escritor británico Rudyard Kipling, autor del famoso “Libro de la Selva”. Como para Pau, y también para Mónica y para mi, esta película ha marcado un hito en nuestras vidas, fuimos a visitar el palacete en la que se alojó, a orillas de un hermoso lago rodeado de montañas. Aquí pudimos aprender algo sobre la vida del escritor, como que él nació en India puesto que su padre era un comerciante inglés afincado en la colonia.

A pesar de las pobres condiciones de su palacio y patrimonio, y de las lluvias que nos mojaron y dejaron sin luz en varias ocasiones, Bundi nos regaló con unos días muy apacibles, en los que disfrutamos de un ambiente sano y auténticamente indio. Incluso nos dio tiempo de hacernos algún amigo, en el restaurante donde solíamos ser los únicos clientes. Aquí también tuvimos la suerte de coincidir con una fiesta organizada por un grupo de mujeres en uno de los templos del casco antiguo, en la que las vimos cantar y bailar como pocas veces se les ve hacerlo en público. 

El último destino en Rajastán fue Karauli, un lugar del que nunca había odio hablar, lo cual me intrigaba y daba cierto miedo a partes iguales. Miedo por meternos en un lugar turístico, pues mi cliente nos había reservado las noches en la residencia de un Maharajá reconvertida en hotel patrimonial. Al final, la elección del sitio no pudo ser más acertada! El palacio donde nos quedamos no era nada fastuoso, pero sí muy encantador y bastante “carca”, con todo el mobiliario original de cuando el maharajá decidió trasladarse del palacio principal a este más modesto en el año 1920. Lo de modesto es un decir, porque el palacio-hotel tiene unas 60 habitaciones, todas diferentes, grandes jardines con piscina, caballerizas donde crían caballos de fina sangre, colección de coches antiguos, etc. Es decir, todo el kit de bienes que los maharajás coleccionaban para fanfarronear de su riqueza ante el pueblo y sus invitados.

El Maharajá y su mujer cuidan del negocio, y aunque a él no lo pudimos conocer porque se encontraba en Udaipur, ella si vino a conocernos una mañana… Cuánta emoción tenía Pau de conocer a una reina del Rajastán!. También conocimos a su hijo, que también trabaja en el hotel, pero parece más interesado en el arte. Sea como sea, la cosa es que el hotel es genial, y la atención que nos dieron fue digna de nuestra calidad de embajadores VIP J. Muy al estilo de nuestra experiencia en Deogargh, recordáis?

La diferencia es que el reinado de Karauli debió ser bastante grande en algún momento (era el estado fronterizo del reinado de Udaipur, a cuyo maharajá se debía vasallaje), porque el palacio histórico de la familia es enorme. Y, además de su tamaño, destaca por el impresionante buen estado de sus edificios, pinturas, vitrales, tallados, etc. Se ve que han invertido mucho dinero en restaurar el edificio, de la mano de artistas y profesionales de Delhi, con lo que han logrado recuperar todo el esplendor del pasado… fue un agrado el poder visitarlo sin nadie alrededor y, sobre todo, sin la presencia ni olor a murciélago!

Pero aún mejor, y en esto quizás supera al propio Deogargh, el laberinto de callejuelas de su casco antiguo y bazar es de cuento de hadas…indescifrable, rebosante de tenderetes ofreciendo todo tipo de productos (telas, inciensos, figuras religiosas, leche fresca, verduras, etc), gente a pie o montados en todo tipo de vehículos, y muchas muchas vacas… el ambiente que vivimos a la salida de la oración de la tarde (en el pueblo hay un templo enorme dedicado al dios Krishna) fue indescriptiblemente mágico, inolvidable. Tanto que nos relajamos y terminamos comprando telas como unos verdaderos expertos, y de paso haciendo el payaso. En breve podremos disfrutar de las coloridas telas que compramos esa noche para usar como cubrecamas y cubrirnos del fresco de las noches en Barcelona.

Dejando atrás Karauli estábamos diciendo adiós a Rajastán, al desierto, a los camellos, a los hombres con turbantes y a sus mujeres cubiertas de brillantes telas de colores… y nos adentrábamos en el estado de Madya Pradesh, un estado mucho menos conocido y visitado pero que, como siempre ocurre en todo el país, también esconde sus sitios históricos, monumentos, fortalezas, bazares multitudinarios y muchos templos… de eso les contaremos en la próxima entrada!

Un abrazo a tod@s!

Michel   

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