Bodhgaya, la casa de Buda

Tenía muchas ganas de que llegara el día de contar nuestro paso por Bodhgaya, y poder transmitir la emoción y alegría que experimentamos durante los días en que visitamos este lugar tan mágico. El lugar donde, hace más de dos milenios, el príncipe Sydharta Gautama alcanzó la Iluminación meditando debajo de una higuera, convirtiéndose así en Buda Sakyamuni, el primer Buda viviente. Aunque los rankings siempre son inexactos, e injustos, podría decir sin miedo a equivocarme que Bodhgaya estará siempre en el podio de nuestros lugares favoritos de India. Así de profundo nos tocó! 

A Bodhgaya llegamos vía la caótica ciudad de Gaya, a donde viajamos en tren desde Varanasi en apenas 3 horas. Desde Gaya son apenas 20 kilómetros a Bodhgaya por un paisaje rural sin contemplaciones, tradicional al 100%. Ambas ciudades se encuentran en el estado de Bihar, el cual ve poquísimos turistas por no disponer de muchos vestigios arquitectónicos u otros atractivos para el turismo. Esto hace que, junto con factores históricos y sociales, Bihar sea una región desconocida y con un evidente retraso en su desarrollo en comparación a otros estados del país. Es decir, que sigue siendo un estado netamente agrícola en el que poco ha cambiado en las últimas décadas.

A pesar de que hoy en día Bodhgaya es un pueblo grande (40.000 habitantes), con una atmósfera y funcionamiento propios de la India, al mismo tiempo es el centro de peregrinación más importante del planeta para toda la comunidad budista del mundo. Tanto es así, que en temporada alta (octubre a febrero), el aeropuerto de Gaya recibe vuelos directos desde Bangkok y otros países en el que el Budismo tiene una presencia preponderante. En su corazón, el pueblo atesora un complejo, enorme y hermoso, que alberga una higuera que marca el lugar exacto en el Buda meditó hasta alcanzar la Iluminación. A su costado, el árbol está acompañado de un gran templo con forma de estupa (forma de campana) en el que se guarda una imagen sagrada de Buda Sakyamuni, y rodeados de unos cuidados jardines que invitan al sosiego y la meditación.

Además, desperdigados por el pueblo y sus alrededores, muchas veces entre plantaciones de arroz, existen decenas de templos y monasterios construidos por las comunidades budistas de distintas nacionalidades… los hay provenientes de lugares tan diversos como el Tíbet, Bután, Nepal, Vietnam, Laos, Camboya, Myanmar, Tailandia, Corea, Taiwán, China, Japón y, por supuesto, de India. Esto explica que la ciudad tenga, al mismo tiempo de conservar su palpitar indio, un carácter muy cosmopolita. A pesar de ser temporada baja, en Bodhgaya nos encontramos y conocimos turistas, peregrinos y monjes de todas las nacionalidades posibles. Una verdadera delicia difícil de encontrar en otros lugares del mundo. 

En Bodhgaya nos alojamos en un guesthouse muy sencillo, donde estuvimos cómodos a pesar de la compañía de unas pequeñas ratitas que se colaban desde la calle por debajo de las puertas del edificio. Aunque los trabajadores del hostal se esmeraron por deshacerse de ellos, no tuvimos más remedio que acostumbrarnos a su presencia. Y a dejar todas las mochilas cerradas y no dejar comida visible. Un detalle que no logró arruinarnos la estadía, porque todo lo que teníamos por disfrutar y descubrir era mucho más importante. Ya instalados en el hostal salimos a dar el primer paseo por el pueblo, llegando de inmediato al Complejo de Mahabodhi (bodhi significa higuera) donde se encuentra la higuera sagrada, el principal objeto de adoración por parte de los peregrinos. 

Aquí encontramos fieles y monjes de todas las nacionalidades, a los que es posible reconocer según sus facciones, pero también según el color y estilo de sus túnicas. Entre todos, los más numerosos eran siempre los tibetanos y los tailandeses, que comparten el espacio con gran respeto y camaradería a pesar de seguir dos escuelas religiosas distintas. Nos resultaba fascinante verlos meditar en grupo o en forma solitaria, bajo la sombra de los árboles o a pleno sol, en silencio o recitando mantras en voz alta para que el resto lo siguiera. Los más curiosos eran los tailandeses, que incluso usaban un micrófono inalámbrico, decorado con luces estridentes, de lo más kitsch, aunque a nadie parecía importarle. Otros, como los japoneses y coreanos, que siempre parecen ser los más Zen y pulcros, lo hacían metidos dentro de tiendas con paredes de tipo mosquetera, para protegerse contra los mosquitos u otros insectos que pudieran distraerles en su meditación. 

Según cuenta la leyenda, el príncipe Sydharta meditó durante semanas debajo de este árbol, soportando todo tipo de molestias, tentaciones y ataques de criaturas y demonios. Finalmente, el príncipe alcanzó la iluminación espiritual y se convirtió en un Buda (‘iluminado’), originando el Budismo. Según dicen, después de la Iluminación, Buda se habría quedado frente el árbol, en señal de gratitud, durante una semana completa, con los ojos abiertos y sin parpadear. Así fue como el árbol se convirtió en un sitio de peregrinación, incluso estando Buda aún con vida. El emperador Asoka (304-232 a. C.) que fue un ferviente seguidos de Buda (construyó las estupas de Sarnath (cerca de Varanasi), donde Buda dio su primer sermón, una vez Iluminado), peregrinaba cada año a rendir homenaje a este árbol de Bodhi, y cada año ofrecía un festival en su honor.

Nuestra gran sorpresa fue enterarnos de que el árbol en cuestión no es el original, sino que un descendiente de este, que fue replantado en el mismo lugar donde estuvo el árbol original bajo el cual meditó Sakyamuni. Al parecer, la esposa de Asoka se sintió celosa de la devoción de su marido por Buda, y todo lo que tenía que ver con él, y habría quemado el árbol. Ante la tragedia, Asoka decidió traer de vuelta un vástago del árbol original, que se había llevado anteriormente a Sri Lanka. A pesar de no ser el árbol original, este es sumamente venerado por todos los peregrinos, al punto que es común verlos recogiendo las hojas caídas para llevárselas a casa… y cuando las hojas escasean, estas se convierten en el epicentro de una especie de carrera por recogerlas antes que el resto… nosotros nos pudimos con hacer unas cuantas!

En este complejo que rodea al árbol y al templo que lo escolta, nos pasamos muchas horas durante los tres días que estuvimos en Bodhgaya. Incluidos todos los atardeceres, cuando el calor disminuía y el trinar de los pájaros a punto de irse dormir envolvían la atmósfera. Aquí vimos llegar, en varias ocasiones, a un tremendo grupo de peregrinos tailandeses que estaban de visita. Organizados perfectamente formando una fila, realizaban el “kora” (vuelta alrededor de una imagen o edificio sagrado) alrededor del templo durante mucho tiempo. A veces sosteniendo flores que luego depositaban a los pies del árbol, otras llevando linternas en forma de antorchas. Una escena muy hermosa a nivel plástico, y muy potente a nivel energético, por la devoción que transmitían. También los peregrinos encontramos a grandes grupos de peregrinos venidos de Sri Lanka y de Bengala (India). 

Además de pasar mucho rato cerca del árbol sagrado, también visitamos muchos de los templos y monasterios desperdigados por Bodhgaya. Al ser temporada de lluvias, cuando los monjes aprovechan de regresar a sus países de origen, no vimos a muchos monjes residentes, pero igualmente fue muy entretenido el ir reconociendo el país de origen de cada monasterio según su estilo arquitectónico. Por ejemplo, el reconocer el templo tailandés por su exagerada decoración de tonos dorados, y la forma de su techo en forma de barco invertido. O reconocer a varios de los templos tibetanos (muchos países tienen más de un monasterio) por sus banderas de rezos y el símbolo dorado representando a un alce en la parte superior de la fachada. Sin embargo, encontramos varios otros templos son muy austeros, lo que hace imposible identificarlos, como es el caso del japonés o el chino.  

También fue muy interesante el poder visitar el interior de los templos, siempre con la esperanza de ver a los monjes realizando alguna ceremonia, y observar las distintas maneras de representar a Buda que tiene cada cultura. Los países del sureste asiático suelen representar a un Buda muy estilizado, casi atlético, mientras que los tibetanos, butaneses y nepalíes ofrecen una imagen más relajada, además de estar siempre acompañada de muchos otros Budas a los que se les atribuyen capacidades sanadoras. Es la influencia de la religión Bön, una religión pagana que existía con anterioridad de la aparición del Budismo en la zona del Himalaya, de la cual se conservan muchas tradiciones, imágenes y ritos que resultan totalmente ajenos a budistas de otros países. 

Hemos preparado una selección de fotos en las que intentamos mostrar algunos de los templos por fuera y por dentro, para que se entienda lo que intentamos explicar. Primero (arriba, de a pares) aparece el templo japonés (por fuera y por dentro), luego el butanés, y luego el vietnamita. Abajo hemos incluido las fotos del templo tibetano, luego del tailandés y finalmente del laosiano. Las diferencias son súper evidentes, lo cual es fascinante de comprobar.

Dentro de las muchas estatuas que se encuentran en Bodhgaya, destaca una del “Buda Gigante”, de 20 metros de altura, que fue donado por la comunidad budista de Japón. La estatua muestra a Buda en posición de meditación, sentado sobre una flor de loto. A pesar de que su tamaño impide la presencia de muchos detalles finos en su contorno, la verdad es que el resultado es asombrosamente impactante. Al parecer se tardaron siete años en completarse, y en su construcción se usaron 12,000 bloques, tipo ladrillos, fabricados de una mezcla de piedra arenisca y granito rojo. Fue consagrado por el Dalai Lama en noviembre de 1989, aprovechando sus muchos viajes a Bodhgaya.

El último día, aprovechamos de salir de Bodhgaya para visitar Sujata, un sitio poco conocido pero de gran trascendencia para el Budismo. Aquí, en medio del bosque, el príncipe Sydharta habría estado meditando durante semanas y meses, buscando la Iluminación mediante la renuncia total a la vida, sometiendo al cuerpo al hambre, sed y a los elementos. Este “camino recto” era muy popular en su época, aunque nadie lograba su objetivo realmente (pues morían antes). Su presencia llegó a oídos de Sujata, una mujer burguesa y de buen corazón que vivía en el pueblo, quien acudió a verle para hacerle entender lo fútil de su esfuerzo. Tras muchas negativas, la mujer finalmente habría logrado convencer al príncipe de que comiese un poco del arroz con leche (plato muy popular en esta región) que le ofrecía. Así, poco a poco, el príncipe se recuperó y abandonó su empeño en encontrar la Iluminación mediante una renuncia tan drástica.

Por supuesto, la mujer y el lugar donde se produjo su encuentro con Buda son venerados por la comunidad budista, ya que su intervención le salvó la vida y le permitió finalmente alcanzar su objetivo poco tiempo después, meditando bajo otro árbol situado a pocos kilómetros de distancia, al otro lado del río. Hoy en día ya no existe el bosque en Sujata, el cual ha sido reemplazado por caseríos y plantaciones, pero si un pequeño templo a la sombra de una vieja higuera. Hasta aquí vienen también los peregrinos a mostrar sus respetos a la mujer, Sujata, a quien se le representa con una imagen muy colorida dando de comer a un escuálido Buda. Nosotros coincidimos con un grupo de Sri Lanka, que sentó a escuchar el sermón que les dio un monje que los acompañaba.

Como nada dura para siempre, llegó el momento de irnos de Bodhgaya. Así que con mucha pena fuimos a dar nuestra última vuelta alrededor del árbol sagrado, y nos despedimos de algunos amigos que alcanzamos a hacer. A pesar del poco tiempo que pasamos en el pueblo, el misticismo, la devoción y la magia que impregnan el lugar, y que traspasaron todas nuestras células, son imposibles de ignorar. E imposibles de olvidar. Por eso, sin necesidad de ponernos de acuerdo, en nuestras mentes y corazones existe la convicción de que algún día volveremos a sentarnos a la sombra de la higuera y escuchar las historias que los peregrinos de tantos países tienen para contar. O, tal vez, podamos pasar aquí un periodo de retiro o meditación.

El viaje está llegando a su fin, pero antes quedan un par de capítulos muy intensos que contaros, así que no os los perdáis… hasta la próxima!

Un abrazo,

Michel

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