Dejamos Bodhgaya por la noche, a bordo de un tren con destino a Delhi. A la gran ciudad llegamos por la mañana y, tras pasear durante 8 horas por su casco antiguo y bazares (de eso contaremos en una próxima entrada), nos embarcamos en un segundo tren a Amritsar. Fue un trayecto cómodo, en un tren moderno, pero el viaje se nos hizo muy largo. Allí llegamos por la noche, muy cansados.
Amritsar está ubicado en el estado de Punjab, a apenas 20 kilómetros de la frontera con Pakistán. Es decir, es una zona altamente sensible debido a la constante tensión que se vive entre ambos países desde la partición que sufrieron tras la salida de los ingleses en el 1947. El Punjab, además de ser el granero de la India, gracias a la enorme fertilidad de sus tierras, es también el estado con más presencia de los “sijes”, seguidores de la religión Sij. A pesar de contar con apenas 25 millones de seguidores, esta singular e incomprendida religión es bastante notoria en el mundo entero por la peculiar manera de vestir de sus seguidores, incluido un cuidado turbante en la cabeza que cubre sus largas cabelleras.
Aquí, en medio del Punjab, se encuentra la caótica ciudad de Amritsar, cuyo corazón vital está personificado en su inigualable Templo Dorado. Una maravilla arquitectónica, y principal centro de peregrinación de los sijes del mundo entero. Volver a visitarlo, después de 15 años, y compartir la experiencia con Pau, era nuestra máxima ilusión al regresar a Amritsar.
Tras haber pasado algunos días disfrutando de la paz y buen rollo del mundo Budista en Bodhgaya, lo cierto es que volver a padecer el ruido, la contaminación y, en general, el caos que domina las calles de Amritsar, fue como recibir un puñetazo en la cara. Ninguno de nosotros podía prever que nos sentiríamos tan extraños. Pero tal vez estamos siendo injustos con Amritsar, pues quizás fue más el cansancio acumulado del viaje (5 semanas para entonces), lo que nos afectó tanto. Tampoco es que el hostal, bastante básico e incómodo, nos ayudara a aliviar la sensación de agobio que nos embargó esa primera noche.
Un sueño largo y reparador nos ayudó a sobreponernos y salir a descubrir la ciudad la mañana siguiente. Estábamos durmiendo en medio del casco antiguo, al costado del principal bazar de la ciudad. Todo a nuestro alrededor eran callejuelas estrechísimas, rebosantes de tiendas y de vecinos que daban vida a la escena con sus ropas de colores y su acostumbrada manera alegre de vivir el día a día. El milagro de que a pesar del caos total, todo fluye en medio del alboroto, nos terminó de subir la moral.
En medio del dédalo de calles indescifrable, encontramos el que es considerado por los locales como el mejor “dhaba” de la ciudad, el Kesar da Dhaba. Con más de 100 años de vida, este comedor popular continúa estando ubicado en la misma casa en que comenzaron a dar de comer a los vecinos, en 1916, y su menú sigue siendo el mismo con el que empezaron. Apenas ofrecen 4 versiones distintas de “thali”, la comida del pueblo en India que consiste en una porción de arroz acompañado por varios tipos de curry de verduras y un par de “chapatis”, el pan de harina integral sin levadura, tan popular en este país. Y, para bajar la comida, nada como un “lassi” de la casa, una bebida tradicional de India a base de yogur, y condimentada con especies. Toda una bomba para el estómago!
En este lugar no hay mesas individuales, así que se está obligado a compartir el espacio. A nuestro lado nos tocó un matrimonio de Delhi, que estaba en Amritsar por el fin de semana para visitar el Templo Dorado, era evidente por sus modales y conversación, que eran una pareja de educación refinada y buen vivir. Se mostraron fascinados por Pau, por verle comer con ganas la comida local y por escuchar algunas aventuras de nuestro viaje; como también de saber qué nos movía a hacer este viaje por su país. Por supuesto que nuestra presencia causó interés y curiosidad por partes iguales, sobre todo por nuestra torpeza a la hora de comer con las manos, así que tuvimos un público cautivo durante toda la comida. Nuestra sorpresa fue total al querer pagar por nuestra comida, ya que el matrimonio de Delhi, se empeñó en pagar nuestra cuenta aduciendo que en su país éramos sus invitados, y que les hacía mucha ilusión que recibiéramos su atención. Luego de un pequeño intercambio, aceptamos agradecidos por su amabilidad y cariño.
Esta muestra de hospitalidad terminó por hacernos cambiar de ánimo, así que llenos de renovadas ilusiones, y con la panza a punto de explotar, nos fuimos a redescubrir el famoso Templo Dorado. De camino, y como muestra del cambio de humor, Mónica y Pau hasta se animaron a conducir el rickshaw a pedales que nos llevaba… tendrán que contarlo ellos pero, por lo que cuentan, dar de pedaladas y al mismo tiempo llevar el rumbo de estos triciclos es más difícil de lo que parece…
El Templo Dorado, o Harmandir Sahib, que es como se le conoce en India, es un templo sagrado que todos los sijes aspiran a visitar al menos una vez en la vida, especialmente durante ocasiones especiales como nacimientos, cumpleaños o matrimonio. Según cuentan sus libros, en 1577, uno de sus gurús (tienen 11 en total) cavó un foso en el lugar donde se encuentra el templo, que actualmente es el lago artificial que lo rodea. Este lago se denomina “Amritsar”, que significa ‘piscina de néctar’, y que actualmente da el nombre a la ciudad.
El levantamiento del templo propiamente tal se llevó a cabo entre el 1588 y el 1604. En el mismo año de la inauguración del recinto, se instaló en el altar del templo al Guru Grandth Sahib, que es la escritura sagrada de los sijes, considerada por ellos como el actual gurú o guía espiritual. Es decir, viene a ser como la Biblia para los cristianos, o el Corán para los musulmanes, aunque el libro recibe el trato propio de una deidad. Durante todo el día, desde las 4 de la mañana hasta las 10 de la noche, sacerdotes se turnan para recitar la palabra sagrada, que contiene un compendio de las enseñanzas de los gurús sijes, ofreciendo una imagen que conmueve por la fuerza que desprende la lectura, y el fervor y la fe con la que los peregrinos la veneran.
La arquitectura del templo representa de forma simbólica el pensamiento sij. Sus cuatro entradas, una a cada lado, simbolizan la apertura de los sijes a todas las religiones. Por eso, el templo está abierto a personas de cualquier religión, nacionalidad, sexo, color o raza. No existen restricciones para entrar, excepto la observancia de las normas de conducta más elementales como cubrirse la cabeza, ir descalzos, lavarse los pies, vestirse de manera modesta, no beber alcohol, no comer y no drogarse, entre otras obviedades básicas.
Otro aspecto que llama la atención es que el mantenimiento del templo se realiza exclusivamente por parte de voluntarios sijes. Los fondos para poder realizar este mantenimiento también provienen de donaciones hechas por los propios sijes de todo el mundo, pues dentro del decálogo de todo buen sij se incluye la obligación de donar un 10% de sus ingresos a la comunidad (“Wand Shako”). Pero, además de la mantención del edificio, este dinero también se utiliza para dar de comer, varias veces al día, a todos los peregrinos que lo pidan, sean sijes o no. Estas prácticas son comunes a todos los templos sij, en donde resulta muy bonito ver como voluntarios de todos los estratos sociales, preparan y sirven la comida a los peregrinos, sin un atisbo de vergüenza o resquemor. Esta solidaridad, bien organizada y eficiente, es uno de los rasgos más llamativos de esta religión.
La experiencia de visitar un templo Sij es siempre una vivencia mística. Ante la ausencia de imágenes de dioses, o de rituales exóticos, se trata de un viaje al interior de cada uno. Sin la severidad que imponen las iglesias católicas, estos templos son espacios para la introspección, pero también para la convivencia, la música, el descanso, etc… Muchos de los peregrinos, especialmente los hombres, suelen incluir un baño en las aguas sagradas del lago, lo que resalta como la actividad más curiosa de ver. Sin embargo, cada uno parece tener su propia idea de como entrar en contacto con su interior, y lo hace rezando en cualquier esquina, realizando trabajo voluntario, recitando a viva voz las palabras del libro sagrado, o postrándose ante el libro sagrado en el altar principal.
Al coincidir en fin de semana, en las dos ocasiones que visitamos el templo lo encontramos atestado de gente, y nos fue imposible acceder al altar principal, en el interior del edificio dorado situado en medio del lago, como habíamos hecho en nuestra visita anterior. Sin embargo, esto nos permitió gozar de la experiencia de ver el templo a rebosar de gente, y disfrutar del ambiente festivo que se respiraba en su interior. Casi hipnotizados por el incesante movimiento de gente que caminaba a orillas del templo, parecido al “kora” que hacen los budistas, se nos pasó el día sin darnos cuenta, y vimos llegar la noche con el telón de fondo de las lecturas y cantos provenientes del altar principal. Una experiencia muy mística.
A los que no les hacía tanta gracia la multitud era a los guardias, encargados de mantener el orden y el decoro de los peregrinos. No daban abasto con los que se paraban a hacerse fotos o “face-time” con sus amigos. Uno de ellos, al verme interesado en la actividad a orillas del lago, se me acercó y me regaló un panfleto con una “Breve Introducción al Sijismo”. De éste he extraído un resumen para explicar algunos datos y particularidades de esta religión y sus seguidores que me han parecido interesantes.
Según cuenta el panfleto, el Sijismo fue fundado por Gurú Nanak (1469-1539), y nació como una respuesta al conflicto entre las doctrinas del hinduismo y del islam durante los siglos XVI y XVII.Cuenta que Gurú Nanak se sintió siempre fascinado por la religión, lo que lo llevó a abandonar su casa para recorrer toda la India a la manera de los santos peregrinos hinduistas. Tras cuatro largos viajes (Tíbet, Sri Lanka, Bengala, La Meca y Bagdad), Gurú Nanak predicó a hindúes y musulmanes, captando así a un grupo numeroso de discípulos (sijes).
Según sus enseñanzas, la religión debería ser un medio de unión entre los seres humanos, y le hacía padecer especialmente el enfrentamiento entre hindúes y musulmanes, así como las prácticas de rituales que apartaban al ser humano de la búsqueda de Dios. Su intención era llegar a una realidad más allá de las diferencias superficiales entre las dos religiones. Fue entonces cuando acuñó su primera y famosa enseñanza “no hay hinduistas, no hay musulmanes”.
La doctrina de Gurú Nanak descansa en un hecho básico: la autoridad de un Dios único, el Creador, al que llamó “Nombre Verdadero”, porque quiso evitar el uso de un nombre concreto. También se opuso al sistema de castas, pero conservó el concepto hindú de maya (‘ilusión’), que dice que el mundo se nos manifiesta como si fuera real, pero la auténtica realidad es solo la de Dios. El mundo material es una ilusión que impide a muchos seres humanos, abandonados a los placeres materiales, ver la realidad auténtica y única de Dios. La fe sij conserva la creencia hindú en la reencarnación, pero considera que el ser humano puede liberarse del ciclo de reencarnaciones mediante la virtud (a diferencia del Hinduismo).
Antes de su muerte, Gurú Nanak designó a su sucesor, encomendándole el liderazgo de la comunidad sij. Este procedimiento de designación del sucesor continuó hasta que el décimo gurú, Gurú Gobind Singh (que murió en 1708), instituyó el culto sij en el año 1699, dando a los sijes una identidad como religión independiente. También designó al libro sagrado, el Sri Gurú Granth Sahib Ji, como undécimo y definitivo gurú a perpetuidad. La autoría de este texto sagrado corresponde a los gurúes empezando por el quinto, Gurú Arjan, que en 1604 comenzó la redacción del texto sagrado. El libro sagrado de los sijes tiene la particularidad de haber sido escrito por los propios fundadores de la religión, a diferencia de los libros sagrados de otras grandes religiones. El libro original se guarda en el Templo Dorado, pero existe una copia en cada templo. A cada ejemplar se le trata como si fuera una persona viva, acostándolo en una cama en el templo cada noche y abanicándolo.
Sobre el aspecto peculiar de los Sij, explica que “todo buen sij” debe preservar los cinco “Kakaars”, o artículos de fe: Kesh (dejarse crecer todo el bello corporal, porque es un regalo de dios), Kangha (debe llevar siempre un peine de madera para mantener el orden e higiene), Kirpan (daga corta, para proteger a los débiles y oprimidos), Karha (pulsera de acero en la mano derecha, como recordatorio de que Dios lo es todo, y protector contra cualquier acto erróneo), y Kachhehra (calzoncillos tipo bóxer como representación de celibato y autocontrol sexual).
Nuestra última noche en Amritsar parecía haber acabado tras haber visto la puesta de sol en el Templo Dorado. Pero la curiosidad nos llevó a visitar el principal templo hindú de la ciudad, dedicado a Krishna. Nos habían comentado que ese día sábado era el cumpleaños de Krishna, y que la comunidad hindú lo celebraría a lo grande. Así que para allá partimos, sin tener ni idea del mar humano que nos encontraríamos de camino y en varias manzanas a la redonda del parque.
A juzgar por la enorme cantidad de peregrinos que vimos pasar por el templo toda la tarde, pensábamos que no podría haber tanta gente en el “cumpleaños de Krishna”, pero una ve más la realidad superó a la ficción. Mucho antes de llegar vimos como la gente estaba volcada en las calles, donde se habían instalado escenarios donde bandas de música y bailarines animaban la velada. Cuando finalmente pudimos llegar al templo (el conductor de rickshaw se dio por vencido y nos dejó en medio de una rotonda totalmente colapsada), vimos que su interior estaba atestado de gente. Y, entre ellos, muchos niños y niñas disfrazados con ropas y maquillaje que emulaban a Krishna, el dios del amor (un ligón) y el buen rollo.
Como pudimos dimos una vuelta alrededor del templo principal, donde fuimos acribillados a selfies por las familias deseosas de tener un recuerdo con los blanquitos. Entre foto y foto, también pudimos disfrutar de algunas actuaciones muy exóticas del Ramayana, una epopeya que relata algunas de las batallas que Rama, otro dios hindú (avatar de Vishnu, al igual que Krishna) habría librado para proteger al Hinduismo y sus fieles de las garras de los demonios… y de unas esculturas muy estrambóticas del panteón de dioses hindúes que nos llamaron la atención (a estas alturas ya habíamos visto muchas representaciones de dioses, pero éstas nos parecieron especialmente llamativas…)
Finalmente, camino al hostal, nos cruzamos con uno de los escenarios plantados en la calle, donde un grupo de bailarines mantenían a la multitud en lo más alto de la ola… aunque no nos enteramos de nada, ni de la letra de la música ni del discurso del político de turno, por unos minutos nos lo pasamos bomba, aupados por la contagiosa energía de la gente. Aunque no nos quedamos mucho rato, supimos que la fiesta terminó de madrugada, aunque a la siguiente mañana, ya muy temprano, un ejército de personas volvía a colapsar el tráfico de la ciudad, haciendo sus rutinas diarias como si nada hubiese ocurrido… es que India es infinita e inabarcable…
Un abrazo y hasta la próxima entrega.
Michel