Varanasi, la Ciudad Eterna. Parte I

Hola Patiperros!

Seguimos recuperando vivencias de nuestro viaje, ahora ya de regreso en Barcelona. Esta vez os quiero explicar nuestra visita y experiencias en Varanasi, quizás la ciudad más inverosímil que pueda existir en este planeta (sin ánimos de exagerar).

Llegar hasta Varanasi, en el estado de Uttar Pradesh, en el norte de India, nos supuso dejar el sur del país tras 5 semanas de viaje, y volar desde la ciudad de Hyderabad (en lugar de tomar un tren que hubiese tardado más de 30 horas!). En principio Varanasi no estaba en los planes, pero la idea de regresar a esta ciudad, donde ya habíamos estado en 2004 con Mónica, finalmente nos convencieron de venir. La idea era mostrarle a Pau esta increíble ciudad, considerada como la más santa de todo el país, donde la espiritualidad de los peregrinos, el caos de sus calles y, en general, lo extremo de las vivencias que en ella se experimentan, no tienen comparación.

Y eso que la ciudad tiene sus particularidades que no te lo ponen fácil; su tráfico es probablemente el peor de toda India, donde recorrer unos pocos kilómetros te puede llevar fácilmente una hora de baches, bocinazos, aceleraciones, frenazos, gritos… una locura difícil de describir, y que a mí personalmente me tuvieron un par de veces al borde de la desesperación. Tampoco es la ciudad más limpia del país, ni mucho menos; su parte antigua, que corre a orillas del río Ganges, es un laberinto imposible de callejones muy angostos, donde en ocasiones no caben dos personas, donde hay que ir esquivando los excrementos de vaca y basura. En fin, que a priori no parece un destino muy recomendable.

Sin embargo, a pesar de estos inconvenientes, Varanasi es fascinante y, por lo general, seduce con su magia a quienes la visitan, haciéndoles olvidar las aglomeraciones, olores y demás incomodidades. El gran culpable de esta fascinación por Varanasi es el río Ganges, el más sagrado de la India, y toda la actividad que bulle en sus “ghats”, las escalinatas que bajan desde la ciudad y se pierden en las achocolatadas aguas del río. Hasta aquí acuden millones de peregrinos cada año para darse un baño de purificación, y así liberarse de sus pecados acumulados y poder soñar con un devenir más auspicioso.

Según cuentan los libros sagrados del hinduismo, “la diosa-rio Ganga bajó a la tierra a pedido del rey Bhagirath, quien después de pasar años en penitencia por sus malas acciones le pidió a la diosa que recibiese las cenizas de su cuerpo de manera de así limpiar sus pecados y romper con el ciclo de reencarnaciones”. Desde entonces, millones de peregrinos vienen a bañarse en las aguas para purificarse, mientras muchos otros van más lejos y vienen a pasar sus últimos días de vida a orillas del río, ya que morir en Varanasi supone la liberación inmediata del alma.

Muchos de estos peregrinos vienen desde lejos, solos o en grupos, y suelen dormir al raso y sufrir todo tipo de penurias con tal de bañarse y ofrecer sus oraciones en el río Ganges. Así que cada mañana, ya antes del amanecer, los ghats se llenan de variopintos peregrinos, ansiosos por darse su baño de salvación. El espectáculo es gran belleza estética, pero también rebosante de una gran emotividad y fervor que se percibe fácilmente en la energía que envuelve los ghats. A pesar del aspecto sucio de las aguas del río, la gente se muestra exultante de poder darse el baño y realizar sus abluciones, completamente ajena a la presencia de animales (búfalos) y de las basuras que flotan alrededor. Incluso se les ve lavándose los dientes, o bebiendo el agua, lo que resulta realmente sorprendente a los ojos de un extranjero.

En dos ghats especiales se encuentran los dos crematorios de la ciudad, donde las familias hindúes acuden a cremar a sus seres queridos, recién fallecidos, para ayudar a su alma a recorrer el camino hasta el lugar donde deberán esperar hasta la próxima reencarnación. En estos crematorios trabajan los “domos”, quienes se encargan de acomodar los cuerpos sobre las piras de leña, y que siempre van tiznados con el humo. Mientras los domos preparan el fuego, uno de los familiares se baña en el río y, una vez rapado al cero, enciende la hoguera mientras va dando vueltas alrededor de la pira repitiendo “Rama Nama Satya Hai” o “el nombre de Dios es verdadero”. Por último, los familiares arrojan azufre sobre la pira y el fuego comienza a arder. El espectáculo, que puede ser presenciado por quien quiera, en ocasiones se vuelve dantesco al ver como los domos golpean y quiebran sin piedad los retorcidos huesos del muerto que pretenden escapar del fuego. Una vez consumido todo el cuerpo las cenizas son arrojadas al río.

Aunque, en teoría, la cremación está disponible a todo el mundo, en la práctica sólo quienes disponen del dinero necesario pueden cremar a sus familiares. Detrás de la tradición y religión, existe un comercio bastante grotesco con esto de las cremaciones. Cremar un cuerpo puede salir al menos unos 50 euros, y llegar hasta varios cientos, dependiendo de la clase de madera utilizada, una verdadera fortuna al alcance de muy pocas familias en India. Por eso, en India, y en especial en Varanasi, se siguen lanzando cuerpos sin cremar al río, atados a una roca. A estos se les unen los cuerpos de quienes son considerados puros en vida y, por lo tanto, no necesitan ser cremados para ayudar a su alma a ascender; mujeres embarazadas, niños menores de doce años, leprosos, personas muertas como consecuencia de la picadura de una cobra y “sadhus” (santones que recorren el país peregrinando a los lugares santos del hinduismo).

Por cosas como éstas, el problema de contaminación de las aguas del río Ganges alcanza un nivel crítico. Según una estadística que pillé por ahí, se estima que más de 50.000 cuerpos son lanzados al agua cada año, a lo que se suma el aporte de las alcantarillas de una ciudad de casi 5 millones de habitantes. En tiempos del monzón (junio a septiembre), cuando las aguas del río se rebalsan, suelen contaminar plantaciones de frutas y verduras. Sin embargo, a pesar de todo esto, la gente sigue bañándose e incluso bebiendo el agua del río. Ante esto, sólo cabe rendirse a la evidencia de que los dioses protegen a los habitantes y peregrinos que visitan la ciudad, impidiendo que aquí brote alguna epidemia que se llevaría por delante a miles de miles de personas. O, puede ser que la enorme fe de los peregrinos obre el milagro, pues al considerar el Ganges como un río sagrado les hace ver sus aguas puras y limpias.

Durante los días que estuvimos en Varanasi nos dedicamos a “vagabundear” por los callejones del casco antiguo y por los ghats, en ocasiones simplemente sentados viendo la vida pasar a nuestro alrededor. Parece poco, pero el trajín cotidiano de la gente local y los peregrinos dan lugar a innumerables escenas y situaciones fascinantes de contemplar. Aprovechamos además de hacer las (casi) últimas compras del viaje en los abarrotados bazares de la ciudad, tomar varios paseos en rickshaws a pedales, sólo por el gusto de vernos envueltos en el terrible follón del tráfico de la ciudad, y de comer muy bien en los “dhabas” (restaurantes de comida india) de Varanasi.

Así, sin darnos cuenta como, el tiempo se nos pasó volando muy rápido, y llegó el momento de partir hacia Delhi (vía Agra), nuestra última parada antes del regreso. Sin duda, a pesar del primer impacto que sufrimos al llegar a la ciudad (llegamos de noche, mientras la ciudad había sufrido un apagón y todo estaba oscuro, lo que nos obligó a caminar a ciegas por los callejones hasta nuestro hostal…), Varanasi nos volvió a cautivar y envolver con su magia, regalándonos un recuerdo imposible de olvidar.

Un saludo!

Michel

2 comentarios sobre “Varanasi, la Ciudad Eterna. Parte I

Responder a Rodrigo Mena Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.