En casa de los Karo

Después del subidón de adrenalina que significó para nosotros vivir la experiencia con los Hamer durante la celebración de la ceremonia del “salto del toro”, creo que en nuestro interior los tres pensábamos que con eso prácticamente el viaje había acabado, que ya nada nos haría vibrar lo suficiente, y la semana de viaje que nos quedaba sería un puro trámite…. pero qué equivocados estábamos!!

 

 

 

 

 

Tras una buena cena (¡con cerveza incluida!), y una buena noche de descanso, al día siguiente volvimos a estar listos para la aventura… a unos 50 kilómetros al noroeste de Turmi, a orillas del río Omo, teníamos una cita con los Karo, otra de las tribus atractivas de la región. Para llegar hasta ellos volvimos a contar con la ayuda del Doctor Hamer, puesto que Yeshiwas no conocía el camino (éste era uno de los pocos lugares que Yeshiwas no conocía en todo nuestro viaje).

Así que nuevamente partimos por un camino de polvo y piedras que enfila hacia el oeste desde Turmi, siempre flanqueado por la presencia de acacias y, además, de espigados y estilizados nidos de termitas que dejan claro que estos animalitos hacen estragos en los bosques y poblados de la zona. Otro de los habitantes de esta sabana son las rosas del desierto, que en esta época del año florecen desde sus gruesos troncos y ramas. En el mundo científico se les conoce como Adenium obesum, y comúnmente en occidente las conocemos como “adenia”, y se suelen vender como plantas de bonsái.

 

 

 

 

 

El primer poblado Karo al que llegamos, el más accesible, se llama Kolcho y ni siquiera llegamos a bajar del coche… a pesar de ser muy temprano, ya había aterrizado un minibús con una docena de coreanos o japoneses que, armados con sus cámaras y lentes súper modernos, y vestidos con ropa de aventureros pijos, parecían un batallón de comandos especiales en pleno desembarco en terreno enemigo…. debo confesar que, al ver esta escena, el corazón me dio un vuelco, pero por suerte pronto nació la idea de seguir adelante, en busca de otra aldea más remota. Entonces nuestro guía habló con su “primo” (nunca supimos si era realmente su primo, o simplemente lo llamaba así por la afinidad manifiesta entre los Hamer y Karo), quien se ofreció a llevarnos hasta un segundo pueblo menos visitado a cambio de un dinero, por supuesto.

La cosa es que este otro poblado, llamado Duss, se encuentra a otros 20 kilómetros, siempre a orillas del río Omo, que es el hábitat histórico de los Karo. El camino hasta Duss fue otra aventura, un verdadero rally a campo travieso por la sabana, esquivando matorrales, rocas y zanjas provocadas por las lluvias. Sólo por este tramo de camino valió la pena tomar el camino largo hasta los Karo!.

 

 

 

 

 

En Duss el panorama era muy distinto; nadie nos esperaba y nadie se nos abalanzó para pedirnos fotos o dinero. Así que tranquilamente comenzamos la visita al pueblo, un pueblo pequeño pero muy escénico, literalmente colgando sobre el majestuoso río Omo. Acompañados del “primo” de Doctor Hamer pudimos meter nuestras narices en las casas de los Karo, construidas de troncos y ramas, sin divisiones interiores, y absorber todo lo que pudimos sobres este pueblo. Por ejemplo, que hoy en día los Karo no sobrepasan los 2000 miembros, lo que les convierte en uno de los grupos más reducidos y expuestos a la extinción en el valle del Omo, y que la pérdida de gran parte de sus animales les ha forzado a abandonar en gran medida la práctica del pastoreo, históricamente su principal actividad económica, y reemplazarla por el cultivo de sorgo, maíz y otros granos en la franja más fértil de su territorio, a orillas del río Omo.

 

 

 

 

 

Cómo ya sabíamos, los Karo nos dejaron muy claro su afinidad natural con los Hamer, con quienes comparten una apariencia, tradiciones y lengua muy similares. Además, al igual que los Hamer, los Karo practican la escarificación de la piel por motivos estéticos y de tradición como, por ejemplo, para alardear de su hombría tras haber matado a un enemigo o a algún animal peligroso. Además, los Karo también celebran el ritual del salto del toro para marcar el paso a la adultez, pero ante la escasez de animales propios, en los últimos años han tenido que recurrir a la generosidad de los Hamer para reunir suficientes animales que saltar.

Por lo general, los hombres Karos llevan, como única prenda de ropa, una pequeña tela atada a modo de falda, que enaltece su porte y fortaleza. Sobre la cabeza, les encanta llevar una pluma, y mantener sus manos ocupadas con el “korkoto” (almohada portátil), y la infaltable kalashnikov sobre sus hombros como señal de su estatus.

 

 

 

 

 

 

 

Por su parte, las mujeres suelen llevar los pechos descubiertos, y una falda de cuero atada a la cintura. Sin embargo, lo más peculiar es su corte de pelo, que resulta de lo más original; muy corto o directamente rapado a los lados, y atado en nudos y teñido de color ocre en la parte superior, dando la impresión de llevar una especia de casco, o gorra de baño. Suelen llevar el pelo y la piel embetunada de grasa animal, para darle más brillo y atractivo. Además, muchas mujeres Karo llevan un clavo de metal, grande, que les atraviesa su labio inferior de arriba a abajo, a modo de adorno. También suelen llevar brazaletes de metal y cintillos multicolores elaborados con cuentas de plástico, al igual que generosos collares y aros, todo lo cual ayuda a resaltar su innegable atractivo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sin embargo, por lo que son más conocidos los Karo, en comparación al resto de las tribus vecinas, es su elaborado arte de pintura corporal, usado tradicionalmente solo en ocasiones especiales, pero que hoy en día es utilizado a diario por motivos “comerciales”.  Los Karo pintan sus torsos y rostros usando tiza blanca y dibujando distintos motivos de fantasía, muy elaborados, en un intento de imitar el plumaje de la gallina de Guinea, muy abundante en la zona. En ocasiones especiales, pintan impactantes máscaras de colores sobre sus rostros usando una pasta especial elaborada con agua, tiza, carbón, polvo de una roca blanda de color amarillo, y mineral de hierro de color rojizo.

 

 

 

 

 

Sin duda lo más especial sobre sus aldeas es la presencia omnipresente del río Omo, el que ha labrado un lecho muy profundo y pronunciado sobre el terreno arenoso de la zona. Dicen que ya no hay cocodrilos, pero al segundo siguiente te advierten que es peligroso bañarse en sus aguas… a pesar de que toda la aldea se toma su baño diario en su ribera, donde normalmente se ve a los niños jugar mientras sus padres trabajan en los cultivos a escasos metros del río.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En Duss, la monotonía de sus chozas cónicas es interrumpida por una tremenda estructura rectangular sostenida por gruesos troncos, un techo plano elaborado con troncos más delgados y ramas. Se trata de un espacio en el que se reúnen en ocasiones especiales a discutir de asuntos importantes para la comunidad, y donde no está permitido el acceso de los faranji, por lo que sólo la pudimos ver desde fuera. En comparación con sus chozas de aspecto temporal, esta sólida estructura resuma antigüedad y mucho trabajo, y hace pensar que en los tiempos buenos, cuando los Karo solían llevar una vida nómada junto a sus rebaños, este lugar siempre fue como un hogar al que regresar en búsqueda de refugio. No vimos nada similar, tan grande y elaborado, en ningún poblado de ninguna otra tribu en el valle del Omo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Para acabar, les cuento una anécdota; en el camino de regreso a Turmi, Doctor Hamer comenzó a comentarnos sobre lo peligroso que resulta toda esta región, con la presencia de animales salvajes, armas sin control, falta de agua, etc., y como ejemplo nos contó el caso de un reconocido profesor de antropología alemán, que llevaba más de 15 años enseñando en la universidad de Addis Abeba mientras continuaba sus estudios en el país. Resulta que en su último viaje, hacía apenas 6 meses, andaba por los mismos caminos que nosotros esa mañana, en compañía de su mujer y otro matrimonio alemán. En un momento del viaje, le entraron ganas de ir al baño así que se dio un paseo por la sabana para encontrar un refugio de las miradas, del cual nunca regresó… desde entonces sigue sin aparecer su cuerpo y su paradero es un misterio. Y, como Murphy nunca falla, enseguida a mí me entró un apretón de barriga que no pude desoír y me vi obligado a pedirle a Yeshiwas que parara el coche… por supuesto las risas y bromas no tardaron en llegar, junto con las (serias) recomendaciones de Doctor Hamer de no alejarme mucho del coche. Para exorcizar el miedo, y como medida de precaución, me lleve a Pau de compañía porque con su buena estrella sabía que nada nos podía pasar…. disculpar pero de esta excursión no hay fotos 🙂

 

 

 

 

 

Un abrazo y hasta la próxima!

Michel

2 comentarios sobre “En casa de los Karo

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